jueves, 8 de agosto de 2013
UNIVERSIDAD NACIONAL: UN GRITO DE LIBERTAD
Hoy asisten ustedes a una cita inexorable con su historia, con la nuestra, con la de todo nuestro pueblo. Han llegado, compañeras y compañeros, a la Universidad Nacional de Colombia con muchas ideas en la cabeza sobre próximos esfuerzos para hacer un mejor mañana para cada uno, quizás también para construir uno mucho más alegre para cada ser humano: un mañana en el que amanezca la dignidad de todos.
De cualquier forma, somos privilegiados al ingresar en la Universidad Pública, ya que millares de jóvenes provenientes de familias trabajadoras no pueden acceder a la misma. Bien podríamos dar la espalda a cada uno de las y los colombianos que desde los lugares más remotos mantienen con su sudor lo que aún nos queda de esta universidad. El privilegio no es entrar en este “ascensor” social que, de todas maneras, no garantiza el anhelado “ascenso”, debido a las oprobiosas fuerzas de la oferta y la demanda. El verdadero privilegio es poder hacernos con las herramientas necesarias para comprender la realidad y poder hacer territorio al andar por el horizonte de las utopías.
No en vano, a través de los años, incontables luchadores de la Alegría han pasado y se han hecho lo que son entre los salones, pasillos, cafeterías y prados de este campus. Y han sido precisamente ellos: trabajadores, estudiantes y profesores, en sintonía con los sentires del pueblo colombiano, los que han hecho un lugar donde los sueños empapados de Dignidad echan a andar, así los verdugos de la Esperanza persistan irremediablemente en acallar a palos este futuro que ya no cabe en el presente y que ha caminado sobre los pies de estudiantes como Gonzalo Bravo Pérez, Leonardo Posada, Guillermo León Sáenz; en las mentes de profesores como Orlando Fals Borda, Jaime Pardo Leal, Camilo Torres Restrepo, Alberto Alava; y en las manos de incontables trabajadores anónimos que le han dado forma a esta trinchera de Libertad.
Desafortunadamente, este lugar donde las aspiraciones más elevadas se arman de argumentos y donde se puede sentir pensando, se encuentra más amenazado que nunca debido a la avaricia de los grandes capitales que lo ven como otra oportunidad para hacer sus negocios.
Sin embargo, nuestra UN, aunque aún se mantiene en pie - gracias a las luchas heroicas de la Comunidad Universitaria -, agoniza: los edificios a punto de derrumbarse, como la pretensión de ceder terrenos de la universidad para que el capital inmobiliario y especulativo se apropie nuestro Bien Común, son apenas una muestra. Asistimos a una amenaza real de lo público - lo de todas y todos -, en todas las instancias.
Ante semejante panorama, las y los estudiantes universitarios iniciamos en 2011 un camino de lucha para hacer que la Educación Superior se arregle a nuestras realidades, retos y sueños: vamos por una Nueva Educación para un País con Soberanía, Democracia y Paz. Así hemos tejido una propuesta alternativa para que aquella esperanza se haga realidad.
Pero no sólo los estudiantes queremos un país mejor. También lo hacen las comunidades que claman por una Zona de Reserva Campesina para el Catatumbo, tanto como los lacerados mineros de antaño. Todos estamos amenazados por los grandes inversionistas que pretenden incrementar infinitamente sus arcas gigantescas.
Por eso, pese a la indolencia de sus gobernantes, nuestro pueblo se resiste a seguir siendo silenciado. Es por ello que grita con fuerza: “¡YA BASTA! Estas tierras son nuestras y las trabajamos para nosotros, no para otros: trabajamos para el buen vivir de nuestra Patria”. Y mientras trabajadores y campesinos cierran las vías y paran las industrias para ser escuchados, nosotros nos alistamos para el gran Paro Nacional Universitario, porque así vamos a seguir escribiendo las páginas de nuestra historia, que de ningún modo corresponde con las pretensiones de quienes nos lo quitan todo.
Juntas todas las rebeldías del pueblo colombiano, avanzaremos en la edificación de una Patria Nueva. Es el momento indicado para alzar nuestros clamores y unirlos con los de todo el pueblo colombiano. Conjuguemos entonces las herramientas que nos brinda la universidad con la sabiduría de nuestro pueblo alegre y rebelde.
¡Creemos una sola fuerza multicolor consciente, dispuesta a ser el sujeto Constituyente de la Paz, la Democracia y la Justicia Social!
miércoles, 8 de mayo de 2013
Venezuela: “Hay que construir una nueva correlación de fuerzas”
El semanario VOZ contactó al director de Tribuna Popular y
miembro del Buró Político del Partido Comunista de Venezuela, Carlos
Aquino, para conocer su balance de los recientes resultados electorales,
que aumentaron las contradicciones con la derecha recalcitrante,
financiada y estimulada desde el exterior
Carlos A. Lozano Guillén
La República Bolivariana de Venezuela está en la encrucijada. Las
elecciones presidenciales del pasado 14 de abril, tras el fallecimiento
del comandante Hugo Rafael Chávez Frías, en las que fue incuestionable
la victoria del candidato socialista, Nicolás Maduro, exacerbaron las
contradicciones con la derecha recalcitrante, representada por el
candidato derrotado, Henrique Capriles, aupada y financiada desde el
exterior. No es clandestina la actuación descarada de Washington para
destruir la revolución bolivariana de marcada influencia en América
Latina. Lo hizo también en las elecciones del 7 de octubre, cuando el
comandante Hugo Rafael Chávez Frías, agobiado ya por el cáncer, lo
derrotó de manera contundente y sin mayor esfuerzo, como también –y con
mayor razón- en las del pasado 14 de abril, cuando Nicolás Maduro superó
a Capriles por algo más de 200 mil votos.
Así que la conspiración y la intentona golpista no es nueva. Es la
aspiración del imperio yanqui desde cuando emergió en la Venezuela
bolivariana la figura carismática y digna del comandante Hugo Rafael
Chávez. No se puede olvidar el fallido golpe de 2002, derrotado gracias a
la movilización popular y a la firmeza del chavismo y de las fuerzas
patrióticas, saludado con anticipación en Washington y Bogotá. Pedro
Carmona, el criminal golpista, con quien colaboró Capriles, recibió el
asilo político por decisión del presidente Andrés Pastrana, el mismo que
ahora llama a desconocer el triunfo de Maduro.
Un riguroso balance
La historia es como es y no como pretenden contarla o ignorarla los
analistas de la derecha y de la “gran prensa”, que hace esfuerzos
infames para desprestigiar a la revolución bolivariana. Creyeron que era
fácil derrotarla. “Maduro no es Chávez”, decían. Al tiempo que los
gacetilleros de todos los pelambres lo insultan y subestiman en sus
enormes capacidades, acumuladas en años de dirigente sindical y de
canciller bolivariano de la dignidad.
Sin embargo, los resultados electorales deben tener lecturas ciertas.
No todo se explica en la conspiración golpista. Hay errores e
insuficiencias que se deben modificar. Es la tarea de los
revolucionarios venezolanos y así lo ha reconocido el presidente Maduro.
Lo hace también nuestro entrevistado, Carlos Aquino, director de
Tribuna Popular y dirigente comunista, cuyo partido es integrante del
Polo Patriótico.
Con toda razón, dice Aquino, hay que construir una nueva correlación
de fuerzas, porque la campaña golpista y desestabilizadora continuará
por largo tiempo. Lo demuestra la actitud provocadora de la Casa Blanca
ante los resultados concretos de la votación. La pelea se gana pero con
el pueblo, con el amplio respaldo de las masas. Fue la clave para todas
las victorias bolivarianas en vida de Hugo Rafael Chávez Frías, quien
demostró enorme capacidad y carisma para conducir al pueblo.
Importancia de la elección
–¿Qué lectura hace el PCV de las elecciones recientes y de la
victoria estrecha de Nicolás Maduro sobre el candidato opositor y de la
derecha, Henrique Capriles?
–En primer lugar, el Partido Comunista de Venezuela (PCV) resalta la
importancia de que la elección presidencial del pasado 14 de abril se
realizó con una participación cercana al 80% de los venezolanos con
derecho a votar, y que luego de 14 años de proceso bolivariano la opción
de las fuerzas revolucionarias ganó con el apoyo de más del 50% de los
votos, resultando electo Nicolás Maduro. Hay que recordar que en la
historia republicana de las últimas décadas del siglo XX, en Venezuela
hubo presidentes electos con el 29% de los votos y menos del 1% de
ventaja.
Esta elección del 14-A no solamente cumplió con todos los parámetros
establecidos en la legislación venezolana, sino que además contó con
presencia de representantes del comando de campaña opositor incluso en
la totalidad de las 39.018 mesas de votación. Por ende, la legitimidad
del presidente Maduro es incuestionable. Es cierto que la diferencia por
la que se ganó en esta ocasión es la menor de las elecciones
presidenciales en los últimos tres lustros, y entendemos que la
explicación de los resultados está dada por razones multifactoriales,
por lo que todavía continuamos analizándola en el PCV.
Pero hay que puntualizar que del aumento de poco más de 700 mil votos
de la candidatura de la derecha, matemática y políticamente es
comprobable que más de 200 mil provienen de votos que en el pasado 7 de
octubre fueron “nulos” y de “otras candidaturas”. De los restantes cerca
de 480 mil votos que aumentó, seguramente una parte sea del denominado
“voto castigo”, como expresión de un sector de la población ante errores
y deficiencias gubernamentales, acumulados y coyunturales,
especialmente en el impacto negativo de políticas económicas en el poder
adquisitivo del pueblo.
Adicionalmente, se encuentra la reducción con respecto al 7-O (7 de
octubre) de votos por la alianza identificada con el proceso
revolucionario, ubicada en poco más de 600 mil votos, lo cual está
vinculado –entre otros factores, al menos en el caso del PCV–, a
“abstención castigo”, tomando en cuenta que sectores principalmente de
trabajadores, por distintas razones, no asumieron la importancia de
darle continuidad al proceso y a la búsqueda de su profundización
revolucionaria, sino que pasaron factura a una política laboral que no
les ha dado respuestas satisfactorias.
Por todo ello, el PCV ha planteado la necesidad de un profundo
análisis autocrítico entre las organizaciones políticas y sociales junto
al gobierno nacional, para impulsar colectivamente el conjunto de
correctivos con el pueblo trabajador como protagonista.
Estrategia de la derecha
–¿El desconocimiento de los resultados electorales por parte
de Capriles es la reacción de un “mal perdedor” o es un plan
preconcebido y que estaba preparado?
–A lo largo de los últimos 14 años, ante la pérdida progresiva de sus
históricos privilegios, la gran burguesía de nuestro país, que es la
derecha proimperialista venezolana, ha mantenido una sola estrategia:
derrotar al gobierno bolivariano y a las fuerzas patrióticas. Para ello,
ha impulsado diferentes tácticas, pasando por el golpe de Estado,
acciones de desestabilización, pretensión de deslegitimar las
instituciones del Estado venezolano, intentos por crear un ficticio
expediente de vinculación del Gobierno con el narcotráfico, supuestas
violaciones a los derechos humanos, etcétera. Para todo lo cual ha
contado con el apoyo material y diplomático del imperialismo
norteamericano y de la Unión Europea, además de una formidable
estructura mediática nacional e internacional a su servicio.
Tenemos claro que la burguesía no actúa de manera emotiva o visceral
sino con base en una planificación y análisis de escenarios. Es decir:
el desconocimiento de los resultados electorales no es una decisión de
Capriles y menos la reacción de un “mal perdedor”.
Están aprovechando lo relativamente estrecho del resultado –en
comparación, como decíamos, con recientes elecciones presidenciales–
para calentar la calle y buscar sacarle el mayor beneficio posible al
saldo político de su votación, con el objetivo de generar un estado de
inestabilidad e ingobernabilidad, basados en la supuesta ilegitimidad
del presidente Maduro, que les permita aplicar las “fórmulas” de las
denominadas “revoluciones de colores” de los años 90 o más recientemente
del Medio Oriente y el norte de África.
Reconocer errores
–El presidente Nicolás Maduro habló el pasado domingo,
después de conocida su victoria, de la necesidad de rectificar algunas
cosas. ¿En qué aspectos se debe rectificar?
–El PCV ha hecho diversos señalamientos sobre deficiencias y errores
cometidos en la gestión de gobierno y en las políticas de Estado, y
muchas de ellas las sistematizamos en la línea política que discutimos y
aprobamos en nuestro 14º Congreso, en agosto de 2011. En materia
económica explicamos que el modelo de capitalismo dependiente, rentista e
improductivo no sólo seguía vigente sino que en algunos sentidos se
había fortalecido, y que el Estado venezolano seguía siendo “altamente
ineficiente, con graves niveles de desorden e improvisación, sin
procedimientos claros y estables, sin planificación eficaz”.
Manifestamos también que las estatizaciones de empresas –siendo
avances frente a la propiedad privada monopólica sobre los medios de
producción– no alteraban de manera significativa el orden económico
dominante, y que se realizaban “generalmente por un método burocrático y
administrativo, sin el protagonismo de los trabajadores organizados”.
Sobre una de las banderas del gobierno, el llamado “Poder Popular”,
criticamos “la conceptualización dominante (…), pues en la actualidad se
lo reduce a una instancia circunscrita al nivel inferior del
organigrama de la república, se lo convierte en la práctica en una nueva
instancia del Estado con posibilidades muy restringidas (…) y, al
subordinarlo a éste, se lo priva de su potencial genuinamente
revolucionario”.
Señalamos también que desde el 2007 “comenzó un lento pero incesante
proceso de debilitamiento relativo del apoyo popular al gobierno”, y que
era “necesario reorientar revolucionariamente el proceso para corregir
los graves vicios y desviaciones que han surgido en todos los niveles de
gobierno, y que han deteriorado su credibilidad y debilitado el
entusiasmo del apoyo popular: el despilfarro, el burocratismo, el
nepotismo, la corrupción, la carencia de eficaz control y contraloría
social, la falta de planificación centralizada de la economía, y el
asistencialismo como método para ganarse la voluntad inmediata de las
masas de manera clientelar, sin crear en ellas la conciencia de clase
que las comprometa en las tareas de la revolución”.
Varios de estos temas los conversamos directamente con el presidente
Maduro en una reunión que tuvo con nuestro Buró Político, el pasado 10
de marzo, cuando asistió a la 12ª Conferencia Nacional del PCV, además
de que también los incluyó en sus discursos de la campaña electoral, por
lo que tenemos la expectativa de que se impulsen los correctivos
necesarios.
Acumular fuerzas
–¿Qué viene ahora después de la juramentación de Maduro? ¿Es
de largo aliento la conspiración derechista que busca desestabilizar el
proceso?
–En el PCV tenemos claro que la conspiración derechista no cesará
hasta que no se logre una poderosa, organizada y consciente hegemonía de
las fuerzas consecuentemente revolucionarias; e, incluso, en esa
circunstancia, continuarán las agresiones y conspiraciones
internacionales por parte del imperialismo. Para tener claridad de esto,
ahí tenemos el ejemplo de la Cuba socialista, permanentemente asediada a
lo largo de 54 años de una profunda y genuina revolución.
Lo que viene ahora es avanzar en el objetivo fundamental de producir
una consistente y acelerada acumulación de fuerzas del movimiento obrero
y popular, que forje una nueva correlación de fuerzas para la
profundización del actual proceso de cambios, para quebrar
revolucionariamente la columna vertebral del sistema capitalista en la
perspectiva de la edificación del socialismo. Para ello, tenemos el reto
de lograr articular una expresión orgánica de la alianza
antiimperialista como instancia política unitaria, no restringida al
ámbito electoral, con dirección colectiva, que estimule y promueva la
discusión política de fondo, y se caracterice por una dinámica que
respete la diversidad y favorezca la participación.
Y un eje central inmediato está, como reafirmamos, en la corrección
de las deficiencias y errores, con papel protagónico del pueblo
trabajador.
–¿En qué momento se encuentra el proceso revolucionario bolivariano y cuál es el compromiso del PCV con el mismo?
–El compromiso del PCV, como reflejo de las necesidades del pueblo y
de la revolución venezolana, está definido por incrementar nuestros
esfuerzos –como organización clasista revolucionaria, autónoma, crítica y
propositiva– para lograr que la clase obrera y el pueblo trabajador
asuman un papel efectivamente revolucionario, por lo que nuestro 14º
Congreso trazó que es imprescindible resolver tres aspectos
fundamentales: conciencia, organización y unidad:
“Conciencia de clase, para asumir la lucha de clases como
determinante de los cambios revolucionarios y a la clase obrera como
sujeto histórico de la revolución socialista (…). Organización y unidad
del movimiento obrero y popular, con independencia de clase, para la
lucha social y política revolucionaria por la construcción de un nuevo
Estado democrático-popular revolucionario, basado en el Poder Popular, y
el establecimiento de relaciones socialistas de producción. (…) de allí
la importancia de derrotar la pretensión de colocar a las
organizaciones de masas bajo el control de la burocracia estatal y de
las tendencias que hegemonizan el proceso”.
La proyección de desarrollo de la actual fase del proceso
revolucionario venezolano –y las posibilidades de abrir cauces a la
perspectiva socialista– están en dependencia de que construyamos una
nueva correlación de fuerzas favorable a la clase obrera y al pueblo
trabajador en general. Eso condensa el compromiso público del PCV, y que
impulsaremos en nuestro accionar político y de masas, ideológico y
organizativo.
jueves, 2 de mayo de 2013
Juventud Comunista Colombiana
Por un Trabajo que
eleve Nuestro Espíritu
Por un País con
Justicia Social
Por una Educación a
la altura de Nuestros Sueños
Únete a la lucha
Vincúlate a la JUCO
martes, 30 de abril de 2013
Sin Democratización del Sistema No Habrá Paz con Justicia Social
Ponencia del Partido Comunista Colombiano presentada en el foro de participación política del 28, 29 y 30 de abril de 2013
El
compromiso de una finalización de la guerra por la vía del diálogo y
las decisiones políticas, es un paso civilizatorio, un propósito
deseable y una alternativa clara al estado de cosas actualmente
existente en Colombia. Implica un tránsito a una nueva situación en el
país. Exige comprender que habría obligaciones de parte y parte por
materializar. Modelos por cambiar, reformas que realizar. Así lo
expresaron decenas de organizaciones que participaron en el Foro sobre
Desarrollo Rural. En esto Foro se aborda el punto 2, la Participación
política y las garantías.
La guerra no apareció de la
nada. La insurgencia en respuesta a la violencia de Estado no surgió por
capricho, menos aún por propósitos criminales. A 65 años del 9 de abril
de 1948, a 51 años de los bombardeos a Marquetalia que forzaron al
campesinado a la resistencia, hay que insistir, claramente, en qué debe
cambiar en el Estado, en lo político y en las condiciones de la práctica
política.
Hace 29 años, en 1984, una tregua bilateral fue
el comienzo de un proceso de paz que abrió esperanzas al pueblo
colombiano. La guerra sucia desencadenada fue cerrando el camino que
empezaba a construirse. El movimiento popular de carácter civil fue
sometido al desangre de la guerra de baja intensidad. La fracción de
clase en el poder favorable a la paz no tuvo la capacidad de defender a
fondo su propia propuesta frente a los factores de terrorismo de Estado
conjugados para el exterminio.
La UP y el PCC han sido las
principales víctimas de un genocidio que no puede permanecer más tiempo
en la impunidad, si es que de verdad de habla de paz en la hora actual.
Para
el PCC se trata de revindicar una generación de activistas y dirigentes
comunistas que fueron aniquilados ante la aparente impotencia de las
autoridades y la complicidad real de estructuras enteras del Estado.
Varios miles de integrantes del sindicalismo, de la dirigencia comunal,
campesina, afro, indígena, periodistas, activistas de DDHH, asimilados a
la subversión fueron asesinados, por hacer parte de una oposición
democrática al régimen abiertamente discriminada, reprimida y excluida
de las garantías más elementales.
Este es en gran medida el
tema de este Foro. Es este el elemento clave para entender qué se quiere
decir cuando se habla de participación política y garantías.
El
diálogo en curso en La Habana entre el gobierno y las Farc Ep, y el que
se debe concretar con el ELN y el EPL no puede entenderse como la
búsqueda de acuerdos con una insurgencia derrotada. Tampoco el
movimiento popular está desmovilizado, como lo demostró el 9 de abril
último y las recientes expresiones de la resistencia social al modelo.
Entendemos claramente a la insurgencia en la Mesa de Diálogo cuando
señala que no está pidiendo garantías solo para su vida y su derecho a
la participación política. Coincidimos en el reclamo por libertad
política para todo el pueblo, sin exclusiones. La voz de los excluidos
debe ser escuchada. El reto es abrir el sistema político a la más amplia
y pluralista intervención popular.
¿Cómo fue posible el
genocidio anticomunista en Colombia? ¿Qué responsabilidades se ocultan
en las estructuras del poder ejecutivo? ¿Cómo pudo la guerra
contrainsurgente convertirse en una política permanente del Estado? El
espíritu constituyente de 1991 introdujo algunas garantías, pero
fortaleció el modelo neoliberal y mantuvo la guerra, pese al mandato
expreso del artículo 22.
Un acuerdo para la paz duradera tiene que poner fin a la política de guerra del Estado.
Tiene
que definir que las fuerzas armadas no puede tener como finalidad la
guerra contrainsurgente. Su razón de ser es la defensa de las fronteras y
la soberanía nacional. Eso debe quedar escrito en la Constitución, sin
añadidos. Su tamaño debe ser funcional a su propósito y superar el
gigantismo desproporcionado. Debe ponerse fin al Plan Colombia, como
forma de intervencionismo militar extranjero con fines de
contrainsurgencia. El tránsito hacia las condiciones de la democracia
exige el desmonte de todos los aparatos del narcoparamilitarismo, de sus
vínculos con estructuras del ejército y policía, la depuración del
Estado en todas sus instancias.
Un acuerdo para la paz
justa, democrática y duradera debe reconocer con hechos, no solo con
proclamas, que la oposición democrática que ejerce legítimamente la
izquierda colombiana tiene que ser reparada plenamente y gozar de
iguales derechos materializables para actuar como alternativa de
gobierno y de poder. Implica democratizar el sistema electoral y
constituirlo como un poder autónomo, digitalizado, confiable. Favorecer
la formación de partidos, facilitar las coaliciones, suprimir el umbral,
restablecer una nueva modalidad del sistema proporcional. Crear un
estatuto democrático de garantías para la oposición, con medios de
comunicación y presencia en los organismos del Control del Estado.
Estímulo a nuevas formas de participación popular decisoria en todos los
niveles y creación de la rama del poder popular
Un acuerdo
para la paz con justicia social debe crear las condiciones para superar
las escandalosas desigualdades que caracterizan la formación económico
social colombiana; impulsar una política soberana en materia de
economía, superando la llama “independencia” del Banco de la República,
democratizando sus instancias directivas, abriendo los órganos que
elaboran la política económica y social del Estado a la participación de
los trabajadores, de las comunidades regionales organizadas, de la
academia; fortaleciendo la consulta popular a la legislación sobre los
usos del territorio.
Un acuerdo de paz entendido desde el
derecho a la participación y las garantías debe ayudar a superar la
idea de que el cambio no es posible, que los temas fundamentales, no se
pueden tocar, que las instituciones son eternas e inmodificables. No. La
consigna es que no solo puede ser cambiado el mundo institucional sino
que merece serlo si se acepta que nuevas relaciones de poder deben
surgir de la democratización del sistema político monopolizado por un
sector de la sociedad para su provecho, sus privilegios y el
desconocimiento de los demás, considerados como parte del “enemigo”.
La
reconciliación en Colombia exige el reconocimiento de que otros
proyectos democráticos de Sociedad y de Estado son posibles, que tienen
derecho a competir y a emular en opciones con igualdad de condiciones.
Proponemos la coexistencia de opciones de sociedad distintas, pero
coexistencia en el pluralismo, en la solidaridad, en el sentido de
soberanía y de patria, sin interferencias imperiales y en unidad e
integración con América Latina y el Caribe. Debatámoslo en una
representativa Asamblea constituyente de cara a la sociedad y al mundo.
PARTIDO COMUNISTA COLOMBIANO
Jaime Caycedo Turriago, Secretario General
Gloria Inés Ramírez Ríos, Senadora de la República
Bogotá, abril 28 de 2013
jueves, 18 de abril de 2013
LAS FARC-EP y el tema de la Participación Política
CARLOS MEDINA GALLEGO
www.camega.org
www.camega.org
A través del Comunicado Conjunto No. 12 del Marzo 21 de 2013 las delegaciones del Gobierno y las FARC-EP, en la mesa de conversaciones de La Habana, informan a la opinión pública que continúan avanzando en la discusión del primer punto de la Agenda y en la construcción de acuerdos sobre los temas de acceso y uso de la tierra, tierras improductivas, formalización de la propiedad, frontera agrícola y protección de zonas de reserva, lo que de hecho constituye una buena noticia para el país.
Sin embargo, la mayor motivación que se genera al respecto es la afirmación y la solicitud que hacen al señalar: ". dado este avance,las delegaciones le pidieron a la Oficina de la Organización de Naciones Unidas en Colombia y al Centro de Pensamiento para la Paz de la Universidad Nacional que inicien la preparación de un nuevo foro sobre el siguiente punto de la Agenda, Participación política, a realizarse los días 28, 29 y 30 de abril en Bogotá", conforme lo señalan en el Comunicado conjunto No. 13.
La mesa de conversaciones se propone en breve tiempo asumir la discusión del punto dos de la agenda, que es también un segundo problema estructural que da origen al conflicto armado, en la década de los sesenta, relacionado con la ampliación y profundización de la democracia en el país. El tema de la participación política es sin duda el escenario en el cual se definen las condiciones viables para pasar de la confrontación armada a la contienda política, por esto en la agenda antecede el punto de finalización del conflicto y dejación de armas. Es un tema de diversos y difíciles abordajes y de importantes retos institucionales. No es un tema puramente electoral, de conformación de partidos o de acceso a curules parlamentarias, sino, que implica el ordenamiento del sistema político y las posibilidades de que este sea más incluyente de los sectores sociales y políticos que han estado al margen del ejercicio del poder en condiciones de oposición política y resistencia armada.
Desde hace muchos años se ha debatido sobre la conveniencia de introducir una serie de reformas políticas que transformen el régimen presidencialista, cuya tendencia es a la concentración de todos los poderes del Estado, en un régimen parlamentario como una de las formas necesarias para la profundización de la democracia y para generar un marco institucional que propicie políticas que la haga más real, en cuanto más inclusiva y eficaz en materia de justicia social.
Se considera que un ejecutivo originado en el parlamento y con un abanico amplio de partidos fuertes, daría las condiciones de inclusión política necesaria para la paz, en un país en el camino de su propia modernización institucional. Pero, esto demandaría de un Congreso Ejemplar, con una cultura política suscrita al interés nacional y no, como tenemos hoy, un congreso fragmentado en liderazgos personalistas e intereses particulares. Por lo tanto, la discusión se centra, esencialmente, en las reformas al sistema electoral buscando su mayor eficiencia y fortaleza y a la creación de un régimen de partidos fuertes e independientes, capaces de definir la fortaleza del Estado en los pesos y contrapesos de un sólido sistema de oposición política.
La descomposición y desfiguración del papel de los partidos como sistemas de mediación política e intérpretes de interés nacional, ha obligado a los movimientos sociales, populares y políticos a incursionar en la lucha electoral, buscando ya no ser representados, sino estar presentes en los lugares de definición de la acción política e institucional y en la conducción misma del Estado en todos sus niveles de decisión política y ejecución administrativa. Desde luego, el camino de su participación está cerrado y llenos de obstáculos normativos que es necesario modificar para que el ejercicio democrático electoral, juicioso y responsable, contribuya a la profundización y ampliación de la democracia, la que debe extenderse a todas las actividades sociales, económicas, políticas, culturales y ambientales que convoquen el interés público y el bienestar común.
Una revisión juiciosa de la legislación existente y en particular de la Ley 1475 de Julio de 2011, por la cual se establece la organización y el funcionamiento de los Partidos políticos, con el objeto de que se hagan los ajustes necesario para que los problemas surgidos en su implementación puedan ser superados y se introduzcan los aspectos que sean necesarios para ampliar y profundizar la democracia y crear un moderno sistema de partidos fuertes que son los que definen la naturaleza de una autentica democracia, en la que esté debidamente representados los sectores sociales y los movimientos políticos de izquierda y de oposición, en el ejercicio de los principios de participación, igualdad, pluralismo, equidad e igualdad de género, transparencia y moralidad y donde se reglamente rigurosamente la vida interna de los partidos.
Temas como el reconocimiento de los partidos, su financiación y de las campañas electorales, el umbral, el acceso democrático a los medios de comunicación públicos y privados, las circunscripciones del orden nacional, el voto preferente, la modernización del sistema electoral, entre otros aspectos estructurales son de urgente y necesario abordaje crítico. Si bien no se trata de cambiar todo, si al menos de mejorar lo existente de tal forma que se fortalezca la democracia y se aumente la participación ciudadana en la lucha política, lo cual esta precedido de una pedagogía de la democracia que garantice una cultura política soportada en una ética del interés nacional y el bien común. Todo esto unido a una institucionalidad política que es promotora y garante del pleno ejercicio de los derechos políticos individuales y colectivos.
El acuerdo busca definir la participación política en torno al reconocimiento de los derechos y de las garantías para el ejercicio de la oposición política en general y en particular para los nuevos movimientos que surjan luego de la firma del acuerdo final; que se afinen los mecanismos democráticos de participación ciudadana, incluidos los de participación directa en los diferentes niveles del ejercicio del poder político y diversos temas que atañen al interés de la nación y, que se establezca medidas efectivas para promover mayor participación en la política nacional, regional y local de todos los sectores, incluyendo la población más vulnerable, igualdad de condiciones y con garantías de seguridad, aspectos todos esenciales para consolidar la paz, aumentar el nivel de convivencia democrática y construir los caminos del bienestar general de la población.
El país tiene que desarmar las veleidades de los espíritus sectarios, madurar en la tolerancia y el respeto por la diferencia, garantizarse un escenario político en el puedan acontecer todos los cambios que sean necesarios sin otro recurso adicional que la legitimidad que concede la voluntad popular.
No tengo la menor idea a donde van a llegar a hacer la política como partido, movimiento o frente político las FARC-EP. Tengo claro que su camino está lleno de expectativas y oportunidades, de significativos ejemplos en las democracias alternativas de América Latina. Ojalá llegaran a un frente amplio, democrático y de paz, donde confluyan en una sola fuerza todos los movimientos sociales y políticos de la izquierda, conjuntamente, con fuerzas democráticas y progresistas de los partidos tradicionales y de las nuevas organizaciones políticas en construcción y consolidación, dispuestas a trabajar por un nuevo país.
Un camino de reflexiones críticas y perspectivas para profundizar y ampliar la democracia está por abrirse en el FORO NACIONAL SOBRE PARTICIPACION POLITICA; todos debemos aportar para que una era de cambios democráticos contribuya a la consolidación definitiva de la paz.
Seguimos esperando con urgencia la llegada del ELN a esta cruzada de paz y transformaciones democráticas, con el convencimiento que esa organización está trabajando en el mismo sentido.
Abril 1 de 2013
CARLOS MEDINA GALLEGO
Docente - Investigador
Universidad Nacional de Colombia
Universidad Nacional de Colombia
viernes, 12 de abril de 2013
UNIÓN PATRIÓTICA: REALIDAD Y FICCIÓN
CRÓNICA
A propósito de la futura participación política de las FARC, Yezid Arteta, exmiembro de esa guerrilla, escribió para Semana.com.
Es la bonanza que nos llega. Con estas palabras describió un pastor
evangélico a la Unión Patriótica cuando la bola llegó hasta las cumbres
de la cordillera occidental caucana. Eso sucedió en un remoto caserío
del municipio del Patía, a mediados de los ochenta, cuando los frentes
de las FARC seguían a rajatablas la tregua ordenada por Manuel Marulanda
Vélez desde su cuartel general.
Las FARC se tomaron en serio el proceso de paz iniciado por el
presidente Belisario Betancur en su primer año de mandato. La Unión
Patriótica era una puerta para quienes habíamos optado por la lucha
guerrillera y creíamos de buena fe que había llegado el momento de dejar
los fierros y confiar en la legalidad. En cambio, para una franja
importante de colombianas y colombianos, la Unión Patriótica era una
respuesta esperanzadora y competente para romper la hegemonía de los dos
grandes partidos que se quedaron con todo el pastel y no le dejaron ni
una molécula en la mesa a quienes decían no pertenecer al liberalismo o
al conservatismo.
El Palacio de Justicia, calcinado y humeante, luego de la absurda
toma del M-19 y la nihilista retoma de las tropas oficiales, era el más
vivo y apocalíptico retrato de la capital colombiana que, durante
aquellos días, acogía a más de 3.000 delegados. Toda la gente que
llegaba desde los cuatro puntos cardinales del país iba con un solo
propósito: crear un nuevo partido político. Era el tiempo de la Unión
Patriótica. El teatro Jorge Eliécer Gaitán fue la cuna del primer
congreso. Allí los delegados aprobaron por aclamación un programa
político de veinte puntos, de los cuales algunos fueron asumidos por la
Nación años después, tales como la convocatoria de una Asamblea Nacional
Constituyente y la elección popular de gobernadores y alcaldes.
Es absurdo mirar a través de los cristales del siglo XXI los sucesos
relacionados con la Unión Patriótica. Lo recomendable es emplear unos
lentes modelo 1985 para evitar imágenes borrosas o distorsionadas.
Colombia era gobernada entonces a través del Estado de Sitio permanente y
los tribunales militares juzgaban a los civiles acusados de “subvertir
el orden”. Un parágrafo del artículo 120 de la Carta Constitucional
dividía a la sociedad en ciudadanos de primera y segunda clase. Los
primeros, liberales y conservadores, dominaban por mandato legal toda la
estructura ejecutiva del Estado y los segundos tenían derecho al voto
pero no podían gobernar.
Batallando contra un laberinto de leyes restrictivas y
antidemocráticas nace la Unión Patriótica. Mientras sus integrantes
creían posible cambiar el statu quo a través del encanto que
despertaba su programa transformador, otros en cambio, de noche y desde
las cloacas, iban preparando una olla podrida para cocinar y pulverizar a
los “enemigos del régimen”, mientras enseñaban a la luz del día, teoría
constitucional en las facultades de derecho y citaban a Maurice
Duverger.
En el mundo de las FARC los diálogos con el gobierno de Betancur eran
vistos con entusiasmo. Jacobo Arenas y otros cuadros de la organización
reunían cualidades para ganar el sufragio de la ciudadanía. Hacia allá
iban las FARC. Hacia la política abierta hasta que la matanza de líderes
de la Unión Patriótica las hizo recular. Vuélvanse a las montañas
porque nos van a exterminar, se corrió la voz entre las distintas
estructuras de la guerrilla. Vuélvanse que es una trampa, coreaban los
estafetas. Quién preparó la trampa. Quién ordenó la matanza. Quién se
cargó el proceso de paz con las FARC. Quién ordenó sacar de la contienda
política a la Unión Patriótica. Un largo etcétera de preguntas y pocas
respuestas hasta ahora.
Las FARC hubieran podido llegar a la Unión Patriótica. No llegaron
porque hubo potencias activas, enroscadas en distintas esferas del
poder, que lo impidieron. Fuerzas que hicieron suya la temeraria teoría
del “enemigo interno”, y de este modo, obtuvieron luz verde para barrer a
la oposición de izquierda por los medios que fueran, sin descartar por
supuesto, el asesinato selectivo.
Recuerdo que asistí al primer congreso de la Unión Patriótica y
recibí mi acreditación de delegado en la sede del Concejo de Bogotá,
donde funcionaba la comisión de credenciales. Llegué a Bogotá con los
brazos arañados porque días antes me había extraviado con una comisión
de guerrilleros en un nudo selvático del municipio de El Tambo, Cauca, y
nos tocó batallar contra las zarzas para salir de allí. Eran otros
tiempos. Éramos una organización modesta en hombres y recursos.
Sobre uno de mis hombros colgaba una carabina M-1 recortada y buena
parte de los integrantes del frente guerrillero lucían bluyines e iban
armados con escopetas y revólveres. Pensar que la guerrilla podía
tomarse el poder con lo que tenía en ese entonces es uno de los más
extravagantes disfraces que se emplearon como excusa para tirarse el
proceso de paz que había comenzado con expectativa en el desfiladero del
río Duda.
Cuando transcurrían los primeros meses de la tregua, volví del
congreso de la Unión Patriótica y participé en varios actos públicos
porque todo indicaba que ya nos quedaba poco tiempo en el monte, puesto
que parecía inminente y palpable el anhelado espacio que permitiera a la
guerrilla saltar a la arena política sin recurrir a las armas. Así
pensábamos en la guerrilla pero no pensaban lo mismo quienes estaban
empeñados en que la guerra fría se definiera en favor de Washington e
hicieron toda suerte de diabluras para que el proceso fracasara y así
quedar con las manos libres para ensañarse contra la gente de la Unión
Patriótica.
Cuando estuve en Argelia, Cauca, sin armas, participando en una
concentración política me llamó la atención la ambivalencia de los
miembros de la policía que merodeaban el acto, ya que algunos de ellos
se comprometieron a protegerme y otros por el contrario querían impedir
mi participación. Así funcionaba la tregua en los teatros de
operaciones. Unos militares dispuestos a cumplirla y otros empeñados en
reventarla. La cuerda no aguantó el peso y al final se reventó.
Los campesinos del Macizo Colombiano y de la alta y media bota
caucana que fueron a escuchar a Jaime Pardo Leal, el fogoso orador y
candidato presidencial por la Unión Patriótica asesinado en 1987, lo
vieron por última vez en la plaza de mercado del Bordo. Estaba
comiéndose una sandía mientras conversaba y carcajeaba con una vendedora
de frutas. Pardo Leal y otros miles de militantes de la Unión
Patriótica, con sus meros discursos y su fe de carboneros, seguían
recorriendo el país para convencer a la frutera del Bordo y a millones
como ella que sólo la paz y la justicia social podían redimirlos. Esa
fue su culpa.
No puede tildarse más que de alevosía todas las argumentaciones que
por estos días realizan algunos analistas para justificar el asesinato
de una generación completa de la izquierda colombiana. Varios
columnistas se han puesto a la tarea de encontrarle pelos negros a un
gato blanquísimo. Pretenden asociar los orígenes y la actividad de la
Unión Patriótica con prácticas violentas. Hacen suya la expresión
evangélica – el que a hierro mata a hierro muere – para razonar cada uno
de los asesinatos cometidos contra esta colectividad. Sembraron
violencia y por tanto cosecharon violencia. Así la están contando en sus
escritos.
Lo que no cuentan es que los estatutos originales de la Unión
Patriótica no daban pie a equívocos con relación a la forma de hacer
política. Todos los miembros del partido, conforme al artículo primero
de los estatutos inscritos ante el Consejo Electoral, debieron ceñirse a
la carta de derechos y obligaciones consagrados en la Constitución. Y
no era bla bla bla. Está probado, hasta el sol de hoy, que no hay una
sola víctima de la Unión Patriótica que haya perecido en un combate, y
sin embargo, todos murieron a bala. No hay un solo expediente que
demuestre lo contrario. Era gente que estaba haciendo la tarea política
conforme a las leyes vigentes del país, y sin embargo, los trataron como
combatientes y con el agravante de que los mataban a traición. Por la
espalda.
Todo esto lo cuento porque el tema de la Unión Patriótica salió a
flote en estos días tan extraños en los que los antiguos pacificadores
se volvieron generales de la noche a la mañana y sin haber echado un
tiro en su vida, no ven la manera de demoler los diálogos con las FARC.
Lo cuento también porque ya se perfila en el horizonte el tema de la
participación y las garantías políticas en Colombia y bien vale la pena
echar una mirada desde el retrovisor al reguero de muertos que quedaron a
la orilla del camino. La Unión Patriótica estuvo dando la cara y la
vida cuando muchas de las oenegés que tanto ruido hacen ni siquiera
existían. Algo que nadie debe olvidar: los cientos de militantes de la
Unión Patriótica martirizados fueron leales a su destino. No todos los
políticos colombianos pueden decir lo mismo.
jueves, 11 de abril de 2013
El PDA y su Equívoco en la Lucha por la Paz
Compañeros, en política 2+2 no suman 4
Nadie
relevante, desde la izquierda, señaló a Salvación Agropecuaria, ni a la
dirección del PDA, como auxiliares del expresidente Álvaro Uribe, quien de
manera oportunista se sumó al paro cafetero. Ningún sector consecuente tuvo la
incongruencia de quitar el apoyo a esta justa movilización, por el graznar, con
el perdón de los pájaros, de los adláteres de Uribe. Tampoco esgrimimos el
carácter reaccionario que en el pasado han tenido algunos de los medianos caficultores,
ni inoportunamente nos dedicamos a señalar, en ese momento, la sobreexplotación
de los humildes jornaleros del café por parte de los finqueros. Lo relevante,
entonces, era apoyar esa justa movilización y así lo hicimos.
Esa
unidad de acción, la motivó la crítica situación de este importante sector del
agro. Nosotros fuimos sensatos en no reproducir la injuria del Gobierno, al
afirmar que el senador Robledo y la compañera Clara López, directa o
indirectamente, apoyaban la reelección del uribismo. En esa misma dirección, no
hay que olvidar que, cuando iniciamos la ardua lucha contra el ALCA y después
contra los TLC, hubo sectores mecanicistas que no asumieron la tarea, con el
peregrino argumento, que esta lucha también beneficiaba a los empresarios. Lo que
primaba no era salvarlos, sino impedir lo que estamos viendo con el
arrasamiento de lo que queda de la producción nacional. Entonces, por fortuna,
la mayoría del FSP, y posteriormente del PDA, acertamos en la unidad de acción
y, hay que decirlo, la lucha tuvo importantes resultados políticos para la izquierda y los sectores democráticos.
Dicho lo
anterior, con la Marcha del 9 de abril no cabe la menor duda, de que la
dirección del PDA se equivocó al confundir la unidad de acción frente a un tema
específico, con lo que significa el accionar unitario en política. Mal les
queda, a algunos dirigentes del PDA, editorializar en el sentido de que la
exitosa movilización por la paz era para hacerle el juego a la reelección del
presidente Santos o lavarle la cara a la administración Petro. En esa misma
dirección, se equivocan los dirigentes de las organizaciones sociales que
mandaron el mensaje, también equívoco, de no salir a marchar por la paz.
Los
comunistas reconocemos, que nos hemos equivocado en el pasado al elegir con
quien hacer unidad de acción. Por ejemplo, Gilberto Vieira con gallardía
reconoció, que erramos con nuestra apreciación frente al UNIR, dirigido por
Jorge Eliecer Gaitán. No participamos de la Marcha del Silencio, pero
posteriormente rectificamos y organizamos la resistencia agrarista al lado de
los liberales consecuentes, y por eso hemos compartido sinceramente, que el día
de las víctimas sea el 9 de abril, y por ello, lo más sensato para abrir camino
hacia la reconciliación nacional, en homenaje a las víctimas y por la paz, era
marchar.
Frente a
la marcha del 4 de febrero del 2008, en el PDA no nos pusimos de acuerdo. Para
entonces, Gustavo Petro se equivocó al invitar a marchar muy cerca de la
movilización uribista contra las FARC. Nosotros y otros sectores también nos
equivocamos al decirle a nuestras bases, que había que quedarse en la casa,
pero el doctor Gaviria, entonces presidente PDA, acertó al impulsar, temprano,
la toma de la Plaza de Bolívar en favor de la lucha por la paz.
Compañeros
y compañeras: Ni Bolívar se hizo colonialista por su unidad de acción puntual
con los ingleses, ni Mao nacionalista por su unidad de acción, también puntual,
con Chiang Kai-shek. Por ahora, lo urgente es la solución política y que
la guerra cese. Lo prioritario en estos momentos, es reconocer nuestros
aciertos y no recaer en los errores del pasado. Lo coherente es trabajar juntos
por un frente político amplio, que más allá de la unidad de acción, nos
conduzca a enfrentar unitariamente a los diferentes sectores de la oligarquía,
que en lo esencial, no tienen contradicciones antagónicas entre sí.
Alfredo
Holguín M.
Militante
de base del PCC
Coordinación europea del PC/JC
Miembro
de la Fundación Walter Benjamin
jueves, 4 de abril de 2013
9 de abril: ¡Pueblo para la paz!
Gabriel Becerra Y.
No está de más volver a reiterarlo: la solución política al histórico
conflicto social y armado cruza el presente y el futuro de la sociedad
colombiana. No es un falso dilema el de la guerra o la paz para
Colombia.
La violencia en sus diversas formas ha sido una constante de la clase
dominante colombiana, que desde la primera independencia a inicios del
siglo XIX se ha dado a la tarea de impedir la participación popular
valiéndose del engaño, las divisiones y la guerra sucia.
La historia de esta joven república ha sido la historia de las
guerras civiles y, ya en el siglo XX, la historia de la violencia,
documentada por ese clásico de la sociología escrito por Fals Borda,
Eduardo Umaña y monseñor Guzmán a inicios de los 60, pero también por
los testimonios de múltiples protagonistas de la resistencia campesina,
posteriormente guerrillera, y por otras luchas obreras y sociales, así
como por investigadores sociales independientes. ¿Debe seguir siendo
esta la historia de nuestra patria? ¿Es posible la paz para Colombia?
Los revolucionarios no vacilamos en esta respuesta. Como lo titula el
libro de nuestro director “La paz sí es posible”. Y es posible si
conlleva cambios en el status quo y si cuenta con la participación y el
respaldo popular. Una paz por las alturas o una paz sin cambios
llevaría, desde otra perspectiva, a nuevas frustraciones y nuevos ciclos
de violencia social y política. Paz debe ser sinónimo de democracia,
justicia social y dignidad para el pueblo.
Es así que, interpretando los nuevos momentos y evocando esa
histórica jornada convocada por Jorge Eliécer Gaitán el 7 de febrero de
1948 como reacción pacífica a la violencia conservadora del régimen de
Mariano Ospina Pérez y sus fuerzas armadas, en la cual como único orador
leyó la Oración por la Paz, hoy, 65 años después, pero un 9 de abril,
día en que fue asesinado el caudillo popular, una alianza de
organizaciones sociales, políticas, religiosas, culturales, con el
acompañamiento de delegados internacionales y el apoyo del gobierno
distrital bajo el eslogan “Somos más, ahora sí la paz”, movilizará
cientos de miles de personas con el objetivo inequívoco de respaldar el
proceso de diálogo, la lucha por la democracia con justicia social y la
defensa de un proyecto colectivo de país que promueva el interés público
en contra de la voracidad privatizadora del neoliberalismo.
Será una movilización amplia, unitaria, plural, alegre, creativa,
pero autónoma e independiente de cualquier poder institucional; surgida
de la entraña de las organizaciones comprometidas con la salida política
al conflicto social y armado que avanzan en un conjunto de propuestas
de participación y movilización popular como lo son las constituyentes y
los congresos por la paz, hacia un nuevo poder junto a las luchas
obreras, estudiantiles, campesinas y políticas que se extienden y
manifiestan a lo largo y ancho del país.
En consecuencia, los anuncios presidenciales y de otras instancias
gubernamentales deben tomar nota de su carácter y saber que existirá un
contundente rechazo a cualquier asomo de oportunismo político.
El 9 de abril será un grito colectivo por la paz con justicia social,
un acto organizado y consciente desde la diversidad que construye una
nueva subjetividad en contra de la guerra; también un acto de memoria
colectiva en donde habrá una nueva oración por la paz que le recuerde a
los poderosos las palabras honestas con las cuales Gaitán los convocaba a
parar la guerra, hace 65 años:
“Bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de
paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio.
¡Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las
palabras la impiedad para los hombres de su pueblo, porque ellos serán
señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia!”.
¡Nos vemos en la Calle!Semanario Voz
miércoles, 13 de marzo de 2013
Constituyentes Por La Solución Política Y La Paz Con Justicia Social En Colombia
Inspirados
en las conclusiones del “Encuentro Nacional de Comunidades Campesinas, Afrodescendientese
Indígenas por la Tierra y la Paz de Colombia. El Diálogo es la Ruta”, realizado
en Barrancabermeja del 12 al 15 de agosto de 2011, proponemos la convocatoria y
realización de Constituyentes regionales por la solución política y la paz con justicia
social en Colombia. Concebimos esta convocatoria como parte de las aspiraciones
de sectores importantes de la sociedad colombiana interesados en contribuir a
darle un trámite distinto al del ejercicio de la violencia, a los conflictos
sociales, ambientales, territoriales y de clase que agobian a nuestro país.
Más allá de
los rasgos específicos y de la dinámica que pueda asumir la confrontación
militar entre el Estado y las fuerzas insurgentes, de las idas y venidas en el
cruento trasegar de la guerra, es evidente que décadas de conflicto armado
colombiano son la fehaciente demostración de la imposibilidad de resolver por
la vía militar un conflicto que por su naturaleza es histórico y social y persiste
más allá de la violencia.
A pesar
de las posiciones más guerreristas, lideradas por el uribismo y el llamado (puro)
centro democrático, quienes desconocen el conflicto y lo consideran más bien
como una amenaza terrorista, abogando por
una salida con evidentes contenidos fascistas al concebir una solución militar
basada en la destrucción y el exterminio del supuesto enemigo terrorista. Además,
estos sectores desdicen de cualquier posibilidad de considerar una eventual
salida política, pese a que durante los gobiernos de Uribe la dinámica de la
confrontación armada los llevó por momentos a considerar acercamientos con la
guerrilla, así fueran con propósitos pragmáticos. Es Innegable que la política
de la solución militar, independientemente de las formas que ella asuma, está condenada
a fracasar, como ha ocurrido hasta ahora. Persistir en ella, es prolongar de
manera indefinida la guerra.
La
sociedad colombiana no puede continuar sometida a las decisiones de la
planeación estratégica de la guerra y de la solución militar, que no reparan en
manera alguna en la tragedia humana que trastorna abruptamente trayectorias
individuales y familiares de vida, ni en los impactos económicos, políticos,
culturales y sicosociales que trae consigo la prolongación de la guerra. La
sociedad, y las gentes del común en particular, demandan entre tanto no la
regulación sino el fin de la guerra. Y ello pasa, desde luego, por superar las
causas que la originan.
Es la
hora de que la manifestación de voluntad política por parte de las fuerzas
insurgentes a favor de la solución política, expresada en diversos documentos
escritos y audiovisuales, y la afirmación gubernamental acerca de que la llave
de la paz no está extraviada, se puedan concretar en hechos reales que superen
el actual estado de aparente indefinición, de utilidad solamente para los
intereses imperiales y de las clases dominantes que se lucran con la guerra y consideran
la salida militar como la única opción posible.
La
convocatoria y realización de las Constituyentes se presenta en un momento en
el que las salidas al conflicto social y armado se encuentran en el centro del
debate político nacional. La formalización y el inicio de los diálogos entre la
insurgencia de las FARC-EP y el gobierno de Juan Manuel Santos representan un
hecho político del mayor significado, que puede generar condiciones para
transitar caminos distintos a los de la guerra y la solución militar impuestas
por las clases dominantes, y sentar las bases para avanzar hacia la paz con
justicia social.
La Agenda
que se abordará en La Habana, en una interpretación amplia y favorable a los intereses
de las mayorías oprimidas y explotadas, recoge aspiraciones y anhelos de cambio
de nuestro pueblo, que pueden materializarse, siempre y cuando se cuente con el
debido respaldo, la consecuente movilización y el mayor despliegue de
iniciativas por parte de las gentes del común y los más amplios sectores
sociales y populares. La naturaleza histórica y el carácter social del conflicto
conllevan a que su solución no puede limitarse a acuerdos entre las fuerzas
militares comprometidas directamente en la contienda militar, las fuerzas del Estado
y las fuerzas insurgentes, sino que ésta involucra necesariamente al conjunto
de la sociedad, y especialmente el sentir de las gentes del común, de los
sectores sociales y populares que ven afectadas sus condiciones cotidianas de
vida digna, trabajo y existencia.
Necesitamos
decirnos y decirle a las nuevas generaciones de colombianos y colombianas que
no son necesarios más muertos para hablar de solución política y, sobre todo,
para hacerla una realidad. Esa posibilidad, que hoy se convierte en urgencia
vital, en necesidad, demanda la construcción de un mandato social y popular por
la solución política y la paz con justicia social en Colombia. Tal construcción
no puede ser más que el producto de una amplia organización y movilización, que
logre reunir a todas aquellas voces de compatriotas que consideran y sueñan con
caminos distintos a los que nos tienen en el despeñadero de la guerra. En
desarrollo de ese propósito, las Constituyentes regionales por la solución
política y la paz con justicia social en Colombia representan un espacio social
de esperanza.

Las
constituyentes se convocan precisamente por cuanto -ante la ausencia de una
política de paz-se hace indispensable la manifestación de la voluntad soberana
de las clases subalternas y de todos aquellos sectores sociales que anhelan
materializar los sueños de paz del pueblo colombiano. Frente a la prepotencia
del poder constituido, en cuya agenda solo pareciera encontrarse la estrategia
guerrerista, es el momento para que se desate y despliegue la potencia creadora,
imaginativa y apasionada del poder constituyente, para que la voluntad del
pueblo soberano se pueda erigir en la forma de un mandato social y popular por
la solución política y la paz con justicia social en Colombia.
De contarse con una amplia movilización y activa
participación social y popular a favor de la solución política, que enriquezca
y desarrolle el Acuerdo que permitió el inicio de las conversaciones en La
Habana, se puede considerar la posibilidad real de cambiar el balance político
que ha predominado durante la última década a fin de emprender las
transformaciones económicas, políticas, sociales y culturales que requiere el
país, con miras a superar las causas que originaron el conflicto y hacen qué
este se reproduzca en medio de la confrontación armada. El sólo anuncio de los
diálogos ha contado con la simpatía de las grandes mayorías del pueblo colombiano
y ha generado múltiples expresiones de voluntad por participar en ellos con las
más variadas iniciativas.
La
propuesta de Constituyentes se inscribe precisamente dentro de ese propósito.
La paz con justicia social no es gratuita y no puede limitarse al ejercicio de
la competencia política en un régimen político y un sistema político
caracterizados por rasgos criminales, corruptos y mafiosos. La paz con justicia
social requiere ser llenada de contenidos y estos sólo pueden provenir de las gentes,
los hombres y mujeres del común, de quienes a lo largo de cerca de dos siglos
de vida republicana han padecido el régimen de dominación y explotación que ha
servido de sustento a los privilegios de unos pocos.
Constituyentes
por la Solución Política y la Paz con Justicia Social en Colombia
“El
Diálogoes la Ruta”
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