martes, 30 de abril de 2013

Sin Democratización del Sistema No Habrá Paz con Justicia Social


Ponencia del Partido Comunista Colombiano presentada en el foro de participación política del 28, 29 y 30 de abril de 2013

El compromiso de una finalización de la guerra por la vía del diálogo y las decisiones políticas, es un paso civilizatorio, un propósito deseable y una alternativa clara al estado de cosas actualmente existente en Colombia. Implica un tránsito a una nueva situación en el país. Exige comprender que habría obligaciones de parte y parte por materializar. Modelos por cambiar, reformas que realizar. Así lo expresaron decenas de organizaciones que participaron en el Foro sobre Desarrollo Rural. En esto Foro se aborda el punto 2, la Participación política y las garantías.

La guerra no apareció de la nada. La insurgencia en respuesta a la violencia de Estado no surgió por capricho, menos aún por propósitos criminales. A 65 años del 9 de abril de 1948, a 51 años de los bombardeos a Marquetalia que forzaron al campesinado a la resistencia, hay que insistir, claramente, en qué debe cambiar en el Estado, en lo político y en las condiciones de la práctica política.
Hace 29 años, en 1984, una tregua bilateral fue el comienzo de un proceso de paz que abrió esperanzas al pueblo colombiano. La guerra sucia desencadenada fue cerrando el camino que empezaba a construirse. El movimiento popular de carácter civil fue sometido al desangre de la guerra de baja intensidad. La fracción de  clase en el poder favorable a la paz no tuvo la capacidad de defender a fondo su propia propuesta frente a los factores de terrorismo de Estado conjugados para el exterminio.
La UP y el PCC han sido las principales víctimas de un genocidio que no puede permanecer más tiempo en la impunidad, si es que de verdad de habla de paz en la hora actual. 
Para el PCC se trata de revindicar una generación de activistas y dirigentes comunistas que fueron aniquilados ante la aparente impotencia de las autoridades y la complicidad real de estructuras enteras del Estado. Varios miles de integrantes del sindicalismo, de la dirigencia comunal, campesina, afro, indígena, periodistas, activistas de DDHH, asimilados a la subversión fueron asesinados, por hacer parte de una oposición democrática al régimen abiertamente discriminada, reprimida y excluida de las garantías más elementales.
Este es en gran medida el tema de este Foro. Es este el elemento clave para entender qué se quiere decir cuando se habla de participación política y garantías.
El diálogo en curso en La Habana entre el gobierno y las Farc Ep, y el que se debe concretar con el ELN y el EPL no puede entenderse como la búsqueda de acuerdos con una insurgencia derrotada. Tampoco el movimiento popular está desmovilizado, como lo demostró el 9 de abril último y las recientes expresiones de la resistencia social al modelo. Entendemos claramente a la insurgencia en la Mesa de Diálogo cuando señala que no está pidiendo garantías solo para su vida y su derecho a la participación política. Coincidimos en el reclamo por libertad política para todo el pueblo, sin exclusiones. La voz de los excluidos debe ser escuchada. El reto es abrir el sistema político a la más amplia y pluralista intervención popular.
¿Cómo fue posible el genocidio anticomunista en Colombia? ¿Qué responsabilidades se ocultan en las estructuras del poder ejecutivo? ¿Cómo pudo la guerra contrainsurgente convertirse en una política permanente del Estado? El espíritu constituyente de 1991 introdujo algunas garantías, pero fortaleció el  modelo neoliberal y mantuvo la guerra, pese al mandato expreso del artículo 22. 

Un acuerdo para la paz duradera tiene que poner fin a la política de guerra del Estado.
Tiene que definir que las fuerzas armadas no puede tener como finalidad la guerra contrainsurgente. Su razón de ser es la defensa de las fronteras y la soberanía nacional. Eso debe quedar escrito en la Constitución, sin añadidos. Su tamaño debe ser funcional a su propósito y superar el gigantismo desproporcionado. Debe ponerse fin al Plan Colombia, como forma de intervencionismo militar extranjero con fines de contrainsurgencia. El tránsito hacia las condiciones de la democracia exige el desmonte de todos los aparatos del narcoparamilitarismo, de sus vínculos con estructuras del ejército y policía, la depuración del Estado en todas sus instancias.
Un acuerdo para la paz justa, democrática y duradera debe reconocer con hechos, no solo con proclamas, que la oposición democrática que ejerce legítimamente la izquierda colombiana tiene que ser reparada plenamente y gozar de iguales derechos materializables para actuar como alternativa de gobierno y de poder. Implica democratizar el sistema electoral y constituirlo como un poder autónomo, digitalizado, confiable. Favorecer la formación de partidos, facilitar las coaliciones, suprimir el umbral, restablecer una nueva modalidad del sistema proporcional. Crear un estatuto democrático de garantías para la oposición, con medios de comunicación y presencia en los organismos del Control del Estado. Estímulo a nuevas formas de participación popular decisoria en todos los niveles y creación de la rama del poder popular
Un acuerdo para la paz con justicia social debe crear las condiciones para superar las escandalosas desigualdades que caracterizan la formación económico social colombiana; impulsar una política soberana en materia de economía, superando la llama “independencia” del Banco de la República, democratizando sus instancias directivas, abriendo los órganos que elaboran la política económica y social del Estado a la participación de los trabajadores, de las comunidades regionales organizadas, de la academia; fortaleciendo la consulta popular a la legislación sobre los usos del territorio.
Un acuerdo de paz entendido desde el derecho a la participación y las garantías  debe ayudar a superar la idea de que el cambio no es posible, que los temas fundamentales, no se pueden tocar, que las instituciones son eternas e inmodificables. No. La consigna es que no solo puede ser cambiado el mundo institucional sino que merece serlo si se acepta que nuevas relaciones de poder deben surgir de la democratización del sistema político monopolizado por un sector de la sociedad para su provecho, sus privilegios y el desconocimiento de los demás, considerados como parte del “enemigo”.
La reconciliación en Colombia exige el reconocimiento de que otros proyectos democráticos de Sociedad y de Estado son posibles, que tienen derecho a competir y a emular en opciones con igualdad de condiciones. Proponemos la coexistencia de opciones de sociedad distintas, pero coexistencia en el pluralismo, en la solidaridad, en el sentido de soberanía y de patria, sin interferencias imperiales y en unidad e integración con América Latina y el Caribe. Debatámoslo en una representativa Asamblea constituyente de cara a la sociedad y al mundo.

PARTIDO COMUNISTA COLOMBIANO

Jaime Caycedo Turriago, Secretario General

Gloria Inés Ramírez Ríos, Senadora de la República


Bogotá, abril 28 de 2013

jueves, 18 de abril de 2013

LAS FARC-EP y el tema de la Participación Política


CARLOS MEDINA GALLEGO
www.camega.org
A través del Comunicado Conjunto No. 12 del Marzo 21 de 2013 las delegaciones del Gobierno y las FARC-EP, en la mesa de conversaciones de La Habana, informan a la opinión pública que continúan avanzando en la discusión del primer punto de la Agenda y en la construcción de acuerdos sobre los temas de acceso y uso de la tierra, tierras improductivas, formalización de la propiedad, frontera agrícola y protección de zonas de reserva, lo que de hecho constituye una buena noticia para el país.
Sin embargo, la mayor motivación que se genera al respecto es la afirmación y la solicitud que hacen al señalar: ". dado este avance,las delegaciones le pidieron a la Oficina de la Organización de Naciones Unidas en Colombia y al Centro de Pensamiento para la Paz de la Universidad Nacional que inicien la preparación de un nuevo foro sobre el siguiente punto de la Agenda, Participación políticaa realizarse los días 28, 29 y 30 de abril en Bogotá", conforme lo señalan en el Comunicado conjunto No. 13.
La mesa de conversaciones se propone en breve tiempo asumir la discusión del punto dos de la agenda, que es también un segundo problema estructural que da origen al conflicto armado, en la década de los sesenta, relacionado con la ampliación y profundización de la democracia en el país. El tema de la participación política es sin duda el escenario en el cual se definen las condiciones viables para pasar de la confrontación armada a la contienda política, por esto en la agenda antecede el punto de finalización del conflicto y dejación de armas. Es un tema de diversos y difíciles abordajes y de importantes retos institucionales. No es un tema puramente electoral, de conformación de partidos o de acceso a curules parlamentarias, sino, que implica el ordenamiento del sistema político y las posibilidades de que este sea más incluyente de los sectores sociales y políticos que han estado al margen del ejercicio del poder en condiciones de oposición política y resistencia armada.
Digamos sin ir muy lejos, que se trata de hacer efectivos los enunciados constitucionales definitorios del país como un Estado Social de Derecho. democrático, participativo y pluralista. Estos elementos son esenciales para la construcción de un modelo de democracia incluyente, deben ser desarrollados de manera creativa y plenamente para que los mismos se garanticen en el ejercicio de las formas del poder político, de modo que todos los interesados en el bien común puedan participar desde distintas orillas del pensamiento y la acción institucional y social en la búsqueda de las soluciones a los problemas nacionales.
Desde hace muchos años se ha debatido sobre la conveniencia de introducir una serie de reformas políticas que transformen el régimen presidencialista, cuya tendencia es a la concentración de todos los poderes del Estado,  en un régimen  parlamentario como una de las formas necesarias para la profundización de la democracia y para generar un marco institucional que propicie políticas que la haga más real, en cuanto más inclusiva y eficaz en materia de justicia social.
Se considera que un ejecutivo originado en el parlamento y con un abanico amplio de partidos fuertes, daría las condiciones de inclusión política necesaria para la paz, en un país en el camino de su propia modernización institucional. Pero, esto demandaría de un Congreso Ejemplar, con una cultura política suscrita al interés nacional y no, como tenemos hoy, un congreso fragmentado en liderazgos personalistas e intereses particulares. Por lo tanto, la discusión se centra, esencialmente, en las reformas al sistema electoral buscando su mayor eficiencia y fortaleza y a la creación de un régimen de partidos fuertes e independientes, capaces de definir la fortaleza del Estado en los pesos y contrapesos de un sólido sistema de oposición política.
La descomposición y desfiguración del papel de los partidos como sistemas de mediación política e intérpretes de interés nacional, ha obligado a los movimientos sociales, populares y políticos a incursionar en la lucha electoral, buscando ya no ser representados, sino estar presentes en los lugares de definición de la acción política e institucional y en la conducción misma del Estado en todos sus niveles de decisión política y ejecución administrativa. Desde luego, el camino de su participación está cerrado y llenos de obstáculos normativos que es necesario modificar para que el ejercicio democrático electoral, juicioso y responsable, contribuya a la profundización y ampliación de la democracia, la que debe extenderse a todas las actividades sociales, económicas, políticas, culturales y ambientales que convoquen el interés público y el bienestar común.
El Acuerdo General para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera ha señalado unas pautas específicas para abordar la reflexión del tema de la participación política. Una lectura hermenéutica de las mismas conduce fácilmente a la definición de unas líneas de trabajo que convocan aspectos de orden constitucional, reformas políticas, redefinición de las lógicas de participación para la ampliación y profundización de la democracia, medios de comunicación y una política pública de seguridad que garantice la integridad física de quienes participan de la actividad política y evite que se repitan los magnicidios y genocidios que llenaron de dolor décadas de conflicto y que no solamente consumieron la vida de dirigentes y militantes de la izquierda, sino, que igualmente, involucraron dirigentes e integrantes de los partidos tradicionales, de los frentes políticos y de los sin partido.
Una revisión juiciosa de la legislación existente y en particular de la Ley 1475 de Julio de 2011, por la cual se establece la organización y el funcionamiento de los Partidos políticos, con el objeto de que se hagan los ajustes necesario para que los problemas surgidos en su implementación puedan ser superados y se introduzcan los aspectos que sean necesarios para ampliar y profundizar la democracia y crear un moderno sistema de partidos fuertes que son los que definen la naturaleza de una autentica democracia, en la que esté debidamente representados los sectores sociales y los movimientos políticos de izquierda y de oposición, en el ejercicio de los principios de participación, igualdad, pluralismo, equidad e igualdad de género, transparencia y moralidad y donde se reglamente rigurosamente la vida interna de los partidos.
Temas como el reconocimiento de los partidos, su financiación y de las campañas electorales, el umbral, el acceso democrático a los medios de comunicación públicos y privados, las circunscripciones del orden nacional, el voto preferente, la modernización del sistema electoral, entre otros aspectos estructurales son de urgente y necesario abordaje crítico. Si bien no se trata de cambiar todo, si al menos de mejorar lo existente de tal forma que se fortalezca la democracia y se aumente la participación ciudadana en la lucha política, lo cual esta precedido de una pedagogía de la democracia que garantice una cultura política soportada en una ética del interés nacional y el bien común. Todo esto unido a una institucionalidad política que es promotora y garante del pleno ejercicio de los derechos políticos individuales y colectivos.
El acuerdo busca definir la participación política en torno al reconocimiento de los derechos y  de las garantías para el ejercicio de la oposición política en general y en particular para los nuevos movimientos que surjan luego de la firma del acuerdo final; que se afinen los mecanismos democráticos de participación ciudadana, incluidos los de participación directa en los diferentes niveles del ejercicio del poder político y diversos temas que atañen al interés de la nación y, que se establezca medidas efectivas para promover mayor participación en la política nacional, regional y local de todos los sectores, incluyendo la población más vulnerable, igualdad de condiciones y con garantías de seguridad, aspectos todos esenciales para consolidar la paz, aumentar el nivel de convivencia democrática y construir los caminos del bienestar general de la población.
El país tiene que desarmar las veleidades de los espíritus sectarios, madurar en la tolerancia y el respeto por la diferencia, garantizarse un escenario político en el puedan acontecer todos los cambios que sean necesarios sin otro recurso adicional que la legitimidad que concede la voluntad popular.
No tengo la menor idea a donde van a llegar a hacer la política como partido, movimiento o frente político las FARC-EP. Tengo claro que su camino está lleno de expectativas y oportunidades, de significativos ejemplos en las democracias alternativas de América Latina. Ojalá llegaran a un frente amplio, democrático y de paz,  donde confluyan en una sola fuerza todos los movimientos sociales y políticos de la izquierda,  conjuntamente, con fuerzas democráticas y progresistas de los partidos tradicionales y de las nuevas organizaciones políticas en construcción y consolidación, dispuestas a trabajar por un nuevo país.
El paso irreversible de las FARC-EP hacia la lucha institucional y política se está acercando de manera contundente y segura, lo peor que nos podría pasar es que una nueva estrategia estatal repitiera la dolorosa historia de la UP, el M-19, el EPL y en general de la izquierda colombiana que sucumbió ante la alianza del terrorismo criminal del Estado y el narco-paramilitarismo. Tengo el convencimiento aunque desafortunadamente, se choca a diario con la realidad,  que eso no va a ocurrir porque la nación colombiana no va a desperdiciar esta oportunidad única y feliz de poner fin al conflicto armado.
Un camino de reflexiones críticas y perspectivas para profundizar y ampliar la democracia está por abrirse en el FORO NACIONAL SOBRE PARTICIPACION POLITICA; todos debemos aportar para que una era de cambios democráticos contribuya a la consolidación definitiva de la paz.
Seguimos esperando con urgencia la llegada del ELN a esta cruzada de paz y transformaciones democráticas, con el convencimiento que esa organización está trabajando en el mismo sentido.
Abril 1 de 2013 
CARLOS MEDINA GALLEGO
Docente - Investigador
Universidad Nacional de Colombia

viernes, 12 de abril de 2013

UNIÓN PATRIÓTICA: REALIDAD Y FICCIÓN


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CRÓNICA

A propósito de la futura participación política de las FARC, Yezid Arteta, exmiembro de esa guerrilla, escribió para Semana.com.


Es la bonanza que nos llega. Con estas palabras describió un pastor evangélico a la Unión Patriótica cuando la bola llegó hasta las cumbres de la cordillera occidental caucana. Eso sucedió en un remoto caserío del municipio del Patía, a mediados de los ochenta, cuando los frentes de las FARC seguían a rajatablas la tregua ordenada por Manuel Marulanda Vélez desde su cuartel general.

Las FARC se tomaron en serio el proceso de paz iniciado por el presidente Belisario Betancur en su primer año de mandato. La Unión Patriótica era una puerta para quienes habíamos optado por la lucha guerrillera y creíamos de buena fe que había llegado el momento de dejar los fierros y confiar en la legalidad. En cambio, para una franja importante de colombianas y colombianos, la Unión Patriótica era una respuesta esperanzadora y competente para romper la hegemonía de los dos grandes partidos que se quedaron con todo el pastel y no le dejaron ni una molécula en la mesa a quienes decían no pertenecer al liberalismo o al conservatismo.

El Palacio de Justicia, calcinado y humeante, luego de la absurda toma del M-19 y la nihilista retoma de las tropas oficiales, era el más vivo y apocalíptico retrato de la capital colombiana que, durante aquellos días, acogía a más de 3.000 delegados. Toda la gente que llegaba desde los cuatro puntos cardinales del país iba con un solo propósito: crear un nuevo partido político. Era el tiempo de la Unión Patriótica. El teatro Jorge Eliécer Gaitán fue la cuna del primer congreso. Allí los delegados aprobaron por aclamación un programa político de veinte puntos, de los cuales algunos fueron asumidos por la Nación años después, tales como la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente y la elección popular de gobernadores y alcaldes.

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Es absurdo mirar a través de los cristales del siglo XXI los sucesos relacionados con la Unión Patriótica. Lo recomendable es emplear unos lentes modelo 1985 para evitar imágenes borrosas o distorsionadas. Colombia era gobernada entonces a través del Estado de Sitio permanente y los tribunales militares juzgaban a los civiles acusados de “subvertir el orden”. Un parágrafo del artículo 120 de la Carta Constitucional dividía a la sociedad en ciudadanos de primera y segunda clase. Los primeros, liberales y conservadores, dominaban por mandato legal toda la estructura ejecutiva del Estado y los segundos tenían derecho al voto pero no podían gobernar.

Batallando contra un laberinto de leyes restrictivas y antidemocráticas nace la Unión Patriótica. Mientras sus integrantes creían posible cambiar el statu quo a través del encanto que despertaba su programa transformador, otros en cambio, de noche y desde las cloacas, iban preparando una olla podrida para cocinar y pulverizar a los “enemigos del régimen”, mientras enseñaban a la luz del día, teoría constitucional en las facultades de derecho y citaban a Maurice Duverger.

En el mundo de las FARC los diálogos con el gobierno de Betancur eran vistos con entusiasmo. Jacobo Arenas y otros cuadros de la organización reunían cualidades para ganar el sufragio de la ciudadanía. Hacia allá iban las FARC. Hacia la política abierta hasta que la matanza de líderes de la Unión Patriótica las hizo recular. Vuélvanse a las montañas porque nos van a exterminar, se corrió la voz entre las distintas estructuras de la guerrilla. Vuélvanse que es una trampa, coreaban los estafetas. Quién preparó la trampa. Quién ordenó la matanza. Quién se cargó el proceso de paz con las FARC. Quién ordenó sacar de la contienda política a la Unión Patriótica. Un largo etcétera de preguntas y pocas respuestas hasta ahora.


Las FARC hubieran podido llegar a la Unión Patriótica. No llegaron porque hubo potencias activas, enroscadas en distintas esferas del poder, que lo impidieron. Fuerzas que hicieron suya la temeraria teoría del “enemigo interno”, y de este modo, obtuvieron luz verde para barrer a la oposición de izquierda por los medios que fueran, sin descartar por supuesto, el asesinato selectivo.

Jaramillo Ossa

Recuerdo que asistí al primer congreso de la Unión Patriótica y recibí mi acreditación de delegado en la sede del Concejo de Bogotá, donde funcionaba la comisión de credenciales. Llegué a Bogotá con los brazos arañados porque días antes me había extraviado con una comisión de guerrilleros en un nudo selvático del municipio de El Tambo, Cauca, y nos tocó batallar contra las zarzas para salir de allí. Eran otros tiempos. Éramos una organización modesta en hombres y recursos.

Sobre uno de mis hombros colgaba una carabina M-1 recortada y buena parte de los integrantes del frente guerrillero lucían bluyines e iban armados con escopetas y revólveres. Pensar que la guerrilla podía tomarse el poder con lo que tenía en ese entonces es uno de los más extravagantes disfraces que se emplearon como excusa para tirarse el proceso de paz que había comenzado con expectativa en el desfiladero del río Duda.

Cuando transcurrían los primeros meses de la tregua, volví del congreso de la Unión Patriótica y participé en varios actos públicos porque todo indicaba que ya nos quedaba poco tiempo en el monte, puesto que parecía inminente y palpable el anhelado espacio que permitiera a la guerrilla saltar a la arena política sin recurrir a las armas. Así pensábamos en la guerrilla pero no pensaban lo mismo quienes estaban empeñados en que la guerra fría se definiera en favor de Washington e hicieron toda suerte de diabluras para que el proceso fracasara y así quedar con las manos libres para ensañarse contra la gente de la Unión Patriótica.

Cuando estuve en Argelia, Cauca, sin armas, participando en una concentración política me llamó la atención la ambivalencia de los miembros de la policía que merodeaban el acto, ya que algunos de ellos se comprometieron a protegerme y otros por el contrario querían impedir mi participación. Así funcionaba la tregua en los teatros de operaciones. Unos militares dispuestos a cumplirla y otros empeñados en reventarla. La cuerda no aguantó el peso y al final se reventó.

Los campesinos del Macizo Colombiano y de la alta y media bota caucana que fueron a escuchar a Jaime Pardo Leal, el fogoso orador y candidato presidencial por la Unión Patriótica asesinado en 1987, lo vieron por última vez en la plaza de mercado del Bordo. Estaba comiéndose una sandía mientras conversaba y carcajeaba con una vendedora de frutas. Pardo Leal y otros miles de militantes de la Unión Patriótica, con sus meros discursos y su fe de carboneros,  seguían recorriendo el país para convencer a la frutera del Bordo y a millones como ella que sólo la paz y la justicia social podían redimirlos. Esa fue su culpa.

No puede tildarse más que de alevosía todas las argumentaciones que por estos días realizan algunos analistas para justificar el asesinato de una generación completa de la izquierda colombiana. Varios columnistas se han puesto a la tarea de encontrarle pelos negros a un gato blanquísimo. Pretenden asociar los orígenes y la actividad de la Unión Patriótica con prácticas violentas. Hacen suya la expresión evangélica – el que a hierro mata a hierro muere – para razonar cada uno de los asesinatos cometidos contra esta colectividad. Sembraron violencia y por tanto cosecharon violencia. Así la están contando en sus escritos.

Lo que no cuentan es que los estatutos originales de la Unión Patriótica no daban pie a equívocos con relación a la forma de hacer política. Todos los miembros del partido, conforme al artículo primero de los estatutos inscritos ante el Consejo Electoral, debieron ceñirse a la carta de derechos y obligaciones consagrados en la Constitución. Y no era bla bla bla. Está probado, hasta el sol de hoy, que no hay una sola víctima de la Unión Patriótica que haya perecido en un combate, y sin embargo, todos murieron a bala. No hay un solo expediente que demuestre lo contrario. Era gente que estaba haciendo la tarea política conforme a las leyes vigentes del país, y sin embargo, los trataron como combatientes y con el agravante de que los mataban a traición. Por la espalda.

Muertos de UPColombia: Democracia Incompleta se intitula un libro sencillo y práctico escrito por un ex viceministro de defensa de Colombia del actual gobierno. El ensayo que comparto a rasgos generales amén que recomiendo su lectura, es un memorial de agravios contra lo que ha sido y es el actual régimen político colombiano. El exfuncionario de Mindefensa niega que en Colombia existan derechos para la oposición política y recuerda que el Frente Nacional “pasó por alto la existencia de pequeñas expresiones políticas como el Partido Comunista”. Lo que no entiendo ahora es por qué razón el autor de este ensayo se opone tan fieramente en sus comentarios a que el gobierno y la guerrilla puedan llegar a un acuerdo para destapar el actual sistema político que, como él bien lo argumenta en su investigación, es “cerrado, excluyente y golpea a la oposición”.

Todo esto lo cuento porque el tema de la Unión Patriótica salió a flote en estos días tan extraños en los que los antiguos pacificadores se volvieron generales de la noche a la mañana y sin haber echado un tiro en su vida, no ven la manera de demoler los diálogos con las FARC. Lo cuento también porque ya se perfila en el horizonte el tema de la participación y las garantías políticas en Colombia y bien vale la pena echar una mirada desde el retrovisor al reguero de muertos que quedaron a la orilla del camino. La Unión Patriótica estuvo dando la cara y la vida cuando muchas de las oenegés que tanto ruido hacen ni siquiera existían. Algo que nadie debe olvidar: los cientos de militantes de la Unión Patriótica martirizados fueron leales a su destino. No todos los políticos colombianos pueden decir lo mismo.

jueves, 11 de abril de 2013

El PDA y su Equívoco en la Lucha por la Paz


Compañeros, en política 2+2 no suman 4

También el paro cafetero fue exitoso. De eso no hay ninguna duda, pero además, los comunistas y otras fuerzas que integramos el movimiento socio político Marcha Patriótica no solo nos solidarizamos, sino que, modestamente, donde tenemos influencia, lo apoyamos material y políticamente. No nos atravesamos como rumiantes yertos en la vereda, ni impedimos el pronunciamiento de apoyo de las diversas organizaciones sociales allí donde incidimos.

Nadie relevante, desde la izquierda, señaló a Salvación Agropecuaria, ni a la dirección del PDA, como auxiliares del expresidente Álvaro Uribe, quien de manera oportunista se sumó al paro cafetero. Ningún sector consecuente tuvo la incongruencia de quitar el apoyo a esta justa movilización, por el graznar, con el perdón de los pájaros, de los adláteres de Uribe. Tampoco esgrimimos el carácter reaccionario que en el pasado han tenido algunos de los medianos caficultores, ni inoportunamente nos dedicamos a señalar, en ese momento, la sobreexplotación de los humildes jornaleros del café por parte de los finqueros. Lo relevante, entonces, era apoyar esa justa movilización y así lo hicimos.

Esa unidad de acción, la motivó la crítica situación de este importante sector del agro. Nosotros fuimos sensatos en no reproducir la injuria del Gobierno, al afirmar que el senador Robledo y la compañera Clara López, directa o indirectamente, apoyaban la reelección del uribismo. En esa misma dirección, no hay que olvidar que, cuando iniciamos la ardua lucha contra el ALCA y después contra los TLC, hubo sectores mecanicistas que no asumieron la tarea, con el peregrino argumento, que esta lucha también beneficiaba a los empresarios. Lo que primaba no era salvarlos, sino impedir lo que estamos viendo con el arrasamiento de lo que queda de la producción nacional. Entonces, por fortuna, la mayoría del FSP, y posteriormente del PDA, acertamos en la unidad de acción y, hay que decirlo, la lucha tuvo importantes resultados políticos para la  izquierda y los sectores democráticos.

Dicho lo anterior, con la Marcha del 9 de abril no cabe la menor duda, de que la dirección del PDA se equivocó al confundir la unidad de acción frente a un tema específico, con lo que significa el accionar unitario en política. Mal les queda, a algunos dirigentes del PDA, editorializar en el sentido de que la exitosa movilización por la paz era para hacerle el juego a la reelección del presidente Santos o lavarle la cara a la administración Petro. En esa misma dirección, se equivocan los dirigentes de las organizaciones sociales que mandaron el mensaje, también equívoco, de no salir a marchar por la paz.

Los comunistas reconocemos, que nos hemos equivocado en el pasado al elegir con quien hacer unidad de acción. Por ejemplo, Gilberto Vieira con gallardía reconoció, que erramos con nuestra apreciación frente al UNIR, dirigido por Jorge Eliecer Gaitán. No participamos de la Marcha del Silencio, pero posteriormente rectificamos y organizamos la resistencia agrarista al lado de los liberales consecuentes, y por eso hemos compartido sinceramente, que el día de las víctimas sea el 9 de abril, y por ello, lo más sensato para abrir camino hacia la reconciliación nacional, en homenaje a las víctimas y por la paz, era marchar.

Frente a la marcha del 4 de febrero del 2008, en el PDA no nos pusimos de acuerdo. Para entonces, Gustavo Petro se equivocó al invitar a marchar muy cerca de la movilización uribista contra las FARC. Nosotros y otros sectores también nos equivocamos al decirle a nuestras bases, que había que quedarse en la casa, pero el doctor Gaviria, entonces presidente PDA, acertó al impulsar, temprano, la toma de la Plaza de Bolívar en favor de la lucha por la paz.

Hoy, lo importante es que se ha generado un gran hecho político y, siendo consecuentes con el Ideario de Unidad, la lucha por la paz está al centro de la vida política nacional. Los Progresistas, la Marcha, el Congreso, Vamos por los Derechos, las bases del PDA y sectores afines al Gobierno sumamos, en unidad de acción, cientos de miles de compatriotas que, conscientemente y sin astucias, le apostamos a este propósito común. Las especulaciones políticas de la compañera Piedad no pueden ser óbice para soslayar el compromiso por la paz, no bastan las declaraciones.

Compañeros y compañeras: Ni Bolívar se hizo colonialista por su unidad de acción puntual con los ingleses, ni Mao nacionalista por su unidad de acción, también puntual, con Chiang Kai-shek. Por ahora, lo urgente es la solución política y que la guerra cese. Lo prioritario en estos momentos, es reconocer nuestros aciertos y no recaer en los errores del pasado. Lo coherente es trabajar juntos por un frente político amplio, que más allá de la unidad de acción, nos conduzca a enfrentar unitariamente a los diferentes sectores de la oligarquía, que en lo esencial, no tienen contradicciones antagónicas entre sí.

Alfredo Holguín M.

Militante de base del PCC

 Coordinación europea del PC/JC

Miembro de la Fundación Walter Benjamin

jueves, 4 de abril de 2013

9 de abril: ¡Pueblo para la paz!

Gabriel Becerra Y.
 
No está de más volver a reiterarlo: la solución política al histórico conflicto social y armado cruza el presente y el futuro de la sociedad colombiana. No es un falso dilema el de la guerra o la paz para Colombia.

banderazo-1El avance de este nuevo intento entre el Gobierno y las FARC-EP que aspiramos se extienda con el ELN y el EPL, puede derivar en cambios políticos, sociales y económicos que abran el camino a una paz con justicia social o puede terminar, como quieren sus enemigos abiertos o agazapados, en una nueva frustración histórica con consecuencias negativas no sólo para el crecimiento de la economía y la recuperación de una verdadera democracia, sino también en el agravamiento de la ya crítica situación humanitaria

La violencia en sus diversas formas ha sido una constante de la clase dominante colombiana, que desde la primera independencia a inicios del siglo XIX se ha dado a la tarea de impedir la participación popular valiéndose del engaño, las divisiones y la guerra sucia.

La historia de esta joven república ha sido la historia de las guerras civiles y, ya en el siglo XX, la historia de la violencia, documentada por ese clásico de la sociología escrito por Fals Borda, Eduardo Umaña y monseñor Guzmán a inicios de los 60, pero también por los testimonios de múltiples protagonistas de la resistencia campesina, posteriormente guerrillera, y por otras luchas obreras y sociales, así como por investigadores sociales independientes. ¿Debe seguir siendo esta la historia de nuestra patria? ¿Es posible la paz para Colombia?

Los revolucionarios no vacilamos en esta respuesta. Como lo titula el libro de nuestro director “La paz sí es posible”. Y es posible si conlleva cambios en el status quo y si cuenta con la participación y el respaldo popular. Una paz por las alturas o una paz sin cambios llevaría, desde otra perspectiva, a nuevas frustraciones y nuevos ciclos de violencia social y política. Paz debe ser sinónimo de democracia, justicia social y dignidad para el pueblo.

Es así que, interpretando los nuevos momentos y evocando esa histórica jornada convocada por Jorge Eliécer Gaitán el 7 de febrero de 1948 como reacción pacífica a la violencia conservadora del régimen de Mariano Ospina Pérez y sus fuerzas armadas, en la cual como único orador leyó la Oración por la Paz, hoy, 65 años después, pero un 9 de abril, día en que fue asesinado el caudillo popular, una alianza de organizaciones sociales, políticas, religiosas, culturales, con el acompañamiento de delegados internacionales y el apoyo del gobierno distrital bajo el eslogan “Somos más, ahora sí la paz”, movilizará cientos de miles de personas con el objetivo inequívoco de respaldar el proceso de diálogo, la lucha por la democracia con justicia social y la defensa de un proyecto colectivo de país que promueva el interés público en contra de la voracidad privatizadora del neoliberalismo.

Será una movilización amplia, unitaria, plural, alegre, creativa, pero autónoma e independiente de cualquier poder institucional; surgida de la entraña de las organizaciones comprometidas con la salida política al conflicto social y armado que avanzan en un conjunto de propuestas de participación y movilización popular como lo son las constituyentes y los congresos por la paz, hacia un nuevo poder junto a las luchas obreras, estudiantiles, campesinas y políticas que se extienden y manifiestan a lo largo y ancho del país.

En consecuencia, los anuncios presidenciales y de otras instancias gubernamentales deben tomar nota de su carácter y saber que existirá un contundente rechazo a cualquier asomo de oportunismo político.

El 9 de abril será un grito colectivo por la paz con justicia social, un acto organizado y consciente desde la diversidad que construye una nueva subjetividad en contra de la guerra; también un acto de memoria colectiva en donde habrá una nueva oración por la paz que le recuerde a los poderosos las palabras honestas con las cuales Gaitán los convocaba a parar la guerra, hace 65 años:

“Bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio. ¡Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia!”.
¡Nos vemos en la Calle!

Semanario Voz