Gabriel Becerra Y.
No está de más volver a reiterarlo: la solución política al histórico
conflicto social y armado cruza el presente y el futuro de la sociedad
colombiana. No es un falso dilema el de la guerra o la paz para
Colombia.
El avance de este nuevo intento entre el Gobierno y las FARC-EP que
aspiramos se extienda con el ELN y el EPL, puede derivar en cambios
políticos, sociales y económicos que abran el camino a una paz con
justicia social o puede terminar, como quieren sus enemigos abiertos o
agazapados, en una nueva frustración histórica con consecuencias
negativas no sólo para el crecimiento de la economía y la recuperación
de una verdadera democracia, sino también en el agravamiento de la ya
crítica situación humanitaria
La violencia en sus diversas formas ha sido una constante de la clase
dominante colombiana, que desde la primera independencia a inicios del
siglo XIX se ha dado a la tarea de impedir la participación popular
valiéndose del engaño, las divisiones y la guerra sucia.
La historia de esta joven república ha sido la historia de las
guerras civiles y, ya en el siglo XX, la historia de la violencia,
documentada por ese clásico de la sociología escrito por Fals Borda,
Eduardo Umaña y monseñor Guzmán a inicios de los 60, pero también por
los testimonios de múltiples protagonistas de la resistencia campesina,
posteriormente guerrillera, y por otras luchas obreras y sociales, así
como por investigadores sociales independientes. ¿Debe seguir siendo
esta la historia de nuestra patria? ¿Es posible la paz para Colombia?
Los revolucionarios no vacilamos en esta respuesta. Como lo titula el
libro de nuestro director “La paz sí es posible”. Y es posible si
conlleva cambios en el status quo y si cuenta con la participación y el
respaldo popular. Una paz por las alturas o una paz sin cambios
llevaría, desde otra perspectiva, a nuevas frustraciones y nuevos ciclos
de violencia social y política. Paz debe ser sinónimo de democracia,
justicia social y dignidad para el pueblo.
Es así que, interpretando los nuevos momentos y evocando esa
histórica jornada convocada por Jorge Eliécer Gaitán el 7 de febrero de
1948 como reacción pacífica a la violencia conservadora del régimen de
Mariano Ospina Pérez y sus fuerzas armadas, en la cual como único orador
leyó la Oración por la Paz, hoy, 65 años después, pero un 9 de abril,
día en que fue asesinado el caudillo popular, una alianza de
organizaciones sociales, políticas, religiosas, culturales, con el
acompañamiento de delegados internacionales y el apoyo del gobierno
distrital bajo el eslogan “Somos más, ahora sí la paz”, movilizará
cientos de miles de personas con el objetivo inequívoco de respaldar el
proceso de diálogo, la lucha por la democracia con justicia social y la
defensa de un proyecto colectivo de país que promueva el interés público
en contra de la voracidad privatizadora del neoliberalismo.
Será una movilización amplia, unitaria, plural, alegre, creativa,
pero autónoma e independiente de cualquier poder institucional; surgida
de la entraña de las organizaciones comprometidas con la salida política
al conflicto social y armado que avanzan en un conjunto de propuestas
de participación y movilización popular como lo son las constituyentes y
los congresos por la paz, hacia un nuevo poder junto a las luchas
obreras, estudiantiles, campesinas y políticas que se extienden y
manifiestan a lo largo y ancho del país.
En consecuencia, los anuncios presidenciales y de otras instancias
gubernamentales deben tomar nota de su carácter y saber que existirá un
contundente rechazo a cualquier asomo de oportunismo político.
El 9 de abril será un grito colectivo por la paz con justicia social,
un acto organizado y consciente desde la diversidad que construye una
nueva subjetividad en contra de la guerra; también un acto de memoria
colectiva en donde habrá una nueva oración por la paz que le recuerde a
los poderosos las palabras honestas con las cuales Gaitán los convocaba a
parar la guerra, hace 65 años:
“Bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de
paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio.
¡Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las
palabras la impiedad para los hombres de su pueblo, porque ellos serán
señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia!”.
¡Nos vemos en la Calle!Semanario Voz
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