Los
“anónimos”
Reflexiones sobre
el conflicto social, político y armado en Colombia
Desde
muy pequeño, – como a la gran mayoría de los colombianos – el televisor me
inundaba la cabeza de situaciones desastrosas ocurridas a lo largo y ancho del
país, no había día en que las emisiones de los programas infantiles fueran
interrumpidas por el “extra” o el “última hora” del noticiero, anunciando las
consecuencias del desastroso conflicto a lo largo y ancho del país. En esos
tiempos – mediados de los 90´s – solo
pensaba en ir a la escuela y llegar a la casa a recortar letras para formar las
frases que los profesores colocaban en las tareas; No entendía para nada las
dimensiones del conflicto que anunciaban los mayores, no entendía quiénes, por qué
y cómo era posible que en Colombia se anunciaran muertos, cientos regados por
todos lados; si lo que yo conocía de Colombia era un bello himno, hermosos
paisajes, la escuela, la panadería de mi barrio y las dos esquinas de mi cuadra.
Tuve
la oportunidad de visitar un familiar en el Caquetá a finales de los 90´s y el
conflicto que había visto parcialmente desde mi cuarto en el televisor,
reencarno y tomó vida en mis ojos… allá si se siente el hambre, el temor y la
zozobra, se siente el miedo fundido en las balas; murmuraban los campesinos
locales que había sido un enfrentamiento entre la guerrilla y los militares
acompañados de un grupo de “cuadros militares destacados” que ellos no habían
visto y de los cuales desconocían hasta ese momento. 17 muertos, 8 de ellos campesinos
trabajadores, cultivadores, todo el mundo los lloró, ¡Oye chico, que desastroso
el conflicto!
Anunciaban
también por esa época la paz en “la zona de despeje”, en la administración
Pastrana… ¡Por fin! Pensaba yo, se reconciliarán y los noticieros dejaran de
cortar las emisiones de mis programas favoritos para transmitir crueldad.
Hablaban de paz, – la que yo creía tener, al menos en mi cuarto que consideraba
un espacio de paz – sin embargo al transcurrir el tiempo descubrí que en
Colombia no ha habido paz, nadie ha conocido la paz y comprendí que la paz no
llega con la firma de un tratado o un acuerdo, porque la reconciliación no es
entre los distintos grupos armados, la verdadera reconciliación es con el
pueblo, el campesino, el indígena, el afrodescendiente, la juventud y la vejez,
las víctimas, la tierra, el campo… quienes en verdad han sufrido el rigor del
conflicto.
Finalizando
ya el bachillerato fui testigo de la crudeza de la guerra, los paras comenzaron
a reclutar jóvenes en los barrios de la zona, compañeros del parque del barrio
– ubicado en la periferia de Bogotá – resultaron listados en las filas de estos
grupos, obligados a salir de la ciudad para cargar un fusil en nombre de las
AUC, los que definitivamente decidieron quedarse junto a sus familias, tiempo
después cayeron en las calles y las esquinas, todo el mundo sabía por qué.
Entré
luego a la universidad a estudiar ingeniería, porque veo en ella un gran
potencial para las transformaciones sociales que requiere Colombia, una
ingeniería al servicio del pueblo. Los números, la física y los laboratorios de
materiales… etcétera, aun en medio de este entorno, en mi cabeza resonaba el
conflicto y la crudeza, la sangre derramada, la vida humana desperdiciada en
los campos del macondo de García Márquez. Indagando en noticias, artículos,
documentales, testimonios, libros, cifras y demás descubrí la gran dimensión y
el horror de la actual condición de un país bañado en sangre y lágrimas. Más de
5 millones de desplazados, más de 200 mil víctimas civiles, alrededor de mil
masacres, – tal vez más, tal vez menos – etcétera. Miles de datos que muestran
en el papel lo vil del conflicto, leer este montón de cifras es pavoroso pero imagínese
usted las terribles consecuencias sociales, políticas, socio-culturales,
emocionales, materiales y ambientales para el conjunto de los colombianos.
Si
usted se reconoce como colombiano, pero no reconoce el conflicto social,
político y armado, está usted incurriendo en un error y se ha convertido en un
“colombiano fachada” que solo se dice colombiano cuando porta la camiseta de la
selección y cuando tramita la VISA para la realización de su “sueño americano”
o “europeo”; si cree que el asunto de los desplazados, de las víctimas y el
conflicto en general no le corresponde a usted, piense que “Colombia está como
está” por aquellas personas que promulgan y promueven: “el conflicto no es
conmigo”… posiblemente aquellas personas no han sido víctimas directas del
conflicto pero en parte han sido victimarios al promover la indiferencia.
Somos
habitantes de un país en su mayoría agrario, de trabajo agrícola y tradiciones
“de la tierrita”, somos y tenemos raíces campesinas. La ciudad y el campo
dependen directamente de la labor que realizan aquellos campesinos – persona
que trabaja la tierra sin distinción de etnia, cultura o tradición – de ruana y
sombrero, machete y azadón, que han labrado y cultivado las tierras, por las
que en remotos tiempo fluía entre riachuelos el líquido vital de la vida y por
los que hoy no fluye nada más que la sangre de paisanos muertos y los desechos
del petróleo. Las tradiciones de mi familia, mis abuelos y abuelas, las
tradiciones de sus abuelos, sus padres, tíos, primos, hermanos, vecinos,
descienden directamente de las manos campesinas forjadoras de las tierras,
cultivadores de la papa, el café y el maíz, labradores de la madre tierra con
el único objetivo de sembrar la vida.
Y
ahí están los campesinos el objetivo directo del “desarrollo económico”, de las
elites empresariales y con ellas del paramilitarismo, precisamente porque el
campo en general y el campesino en particular, se resisten a ser utilizados
como un brazo productor de plusvalía para el capitalismo salvaje que incursiona
Colombia, se resisten a ser borrados de la vida nacional, se resisten a ser
alienados por una cadena de explotación, a regar semillas patentadas por
Monsanto y otras multinacionales, se resiste a ser mano de obra de la
agroindustria, a ser un objeto de goce del mercado, se resisten a vender sus
productos a precios pormenorizados, el campesino es una objeción a la
economía de mercado. Razones – entre muchas otras – por las que el
campesinado entero salió a protestar contra las políticas neoliberales del
gobierno Santos y sus locomotoras de “desarrollo” y de no dar solución a sus sentidas
problemáticas ellos volverán a las calles, y con ellos la mayoría de los
colombianos inconformes de esa mermelada amarga.
Tuve
la oportunidad de escuchar una canción compuesta e interpretada por un
campesino – Orlando Ospino – quien fue desplazado de la hacienda de ´las pavas´ (municipio el peñón,
departamento del Bolívar) por grupos paramilitares que quisieron adueñarse de
estas tierras para legalizarlas por medio del testa-ferrato y terminar
produciendo palma africana. “Historia
de mi vida” reza en sus versos:
“Campesino Bonarense[i],
tu qué quieres trabajar
Tienes que tener primero, la tierra
pa´ cultivar
Lo digo es por experiencia que tengo
una edad avanzada
Me sacaron de las pavas, tierra
donde cultivaba.
Sembraba maíz y yuca, patilla y
ajonjolí
Estos eran los cultivos, de que yo
podía vivir
Pobrecita de mi vida, yo no tengo
que comer
No tengo pa´ la panela y me hace
falta el café.
Me arrancaron el mafufo, el cacao
también la ahuyama
Todo esto lo destruyeron, pa´ sembra´
palma africana,
El tiempo que cultivaba me sentía
muy contento
La comida me sobraba y también el bastimento
Pobrecita de mi vida yo no tengo que
comer
No tengo pa´ la panela y me hace
falta el café
Mis hijos también se fueron, no
había donde trabaja´
Uno se fue pal Arauca, los otros pa´
Bogotá
Como allá el sueldo es muy poco, a
mí no me mandan na´
Mi esposa se quiere ir y eso a mí me
desespera
Le digo que hay que esperar, que nos
devuelvan la tierra
Pobrecita de mi vida yo no tengo que
comer
No tengo pa´ la panela y me hace falta
el café.
Yo duermo es en un cambuche, de tres
tablas que saqué
Con mi compañero Pedro, un hombre de
mucha fé
Pobrecita de mi vida, yo no tengo
que comer
No tengo pa´ la panela y me hace
falta el café…”
Con
que sentimiento canta a sus tradiciones, sus productos, su historia, su ser, su
tierra… ahora me doy cuenta que los grupos económicos dominantes en Colombia y
la voraz industria transnacional lo que quieren es arrancar al campesino de sus
tierras, tal como el campesino arranca el fruto de sus cultivos. El verdadero
objetivo de quienes desplazan es arrancar y desterrar el sabor y la vida de la
tierra, para esterilizarla con proyectos que se traducen en dinero y ganancias:
Así, pues, la plusvalía del capitalismo son muertes y desdichas de hombres acumuladas.
La
crudeza con que los paramilitares incursionan el país – ¡sí! Incursionan, el
verbo en presente, porque el “Mano firme, corazón grande” no los desmovilizo
sino que los legalizo y potencializo desde sus múltiples cargos públicos, pero
en especial desde la gobernación de Antioquia, desde la presidencia y pronto
desde el senado – no tiene igual en el mundo, porque son capaces de imponer con
la palabra y con las balas los antojos de unos pocos quienes los financian;
frases como: “firma usted o negociamos con la viuda” se generalizaron en los
oídos campesinos en las últimas décadas así como se generalizaron millares de
masacres perpetradas por paramilitares como la del salado, Remedios, Segovia, Gabarra,
Tibú, Mapiripán, Puerto Alvira… entre muchas otras ¡COMO DUELES COLOMBIA! Cuando
un campesino es desplazado de sus tierras de inmediato le arrebatan su
identidad, porque los campesinos lo son en sus tierras, en las urbes son
“anónimos”.
Juventud Comunista Colombiana –
Universidad Nacional de Colombia
Centro 4 de Octubre – Facultades
Ingeniería y Ciencias
jucoings@gmail.com
[i] Bonarense: gentilicio
utilizado para reconocer los campesinos del corregimiento de Buenos Aires en el
departamento de Bolívar
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