sábado, 12 de abril de 2014

LOS "ANÓNIMOS"

Los “anónimos”
Reflexiones sobre el conflicto social, político y armado en Colombia


Desde muy pequeño, – como a la gran mayoría de los colombianos – el televisor me inundaba la cabeza de situaciones desastrosas ocurridas a lo largo y ancho del país, no había día en que las emisiones de los programas infantiles fueran interrumpidas por el “extra” o el “última hora” del noticiero, anunciando las consecuencias del desastroso conflicto a lo largo y ancho del país. En esos tiempos – mediados de los 90´s –  solo pensaba en ir a la escuela y llegar a la casa a recortar letras para formar las frases que los profesores colocaban en las tareas; No entendía para nada las dimensiones del conflicto que anunciaban los mayores, no entendía quiénes, por qué y cómo era posible que en Colombia se anunciaran muertos, cientos regados por todos lados; si lo que yo conocía de Colombia era un bello himno, hermosos paisajes, la escuela, la panadería de mi barrio y las dos esquinas de mi cuadra.

Tuve la oportunidad de visitar un familiar en el Caquetá a finales de los 90´s y el conflicto que había visto parcialmente desde mi cuarto en el televisor, reencarno y tomó vida en mis ojos… allá si se siente el hambre, el temor y la zozobra, se siente el miedo fundido en las balas; murmuraban los campesinos locales que había sido un enfrentamiento entre la guerrilla y los militares acompañados de un grupo de “cuadros militares destacados” que ellos no habían visto y de los cuales desconocían hasta ese momento. 17 muertos, 8 de ellos campesinos trabajadores, cultivadores, todo el mundo los lloró, ¡Oye chico, que desastroso el conflicto!

Anunciaban también por esa época la paz en “la zona de despeje”, en la administración Pastrana… ¡Por fin! Pensaba yo, se reconciliarán y los noticieros dejaran de cortar las emisiones de mis programas favoritos para transmitir crueldad. Hablaban de paz, – la que yo creía tener, al menos en mi cuarto que consideraba un espacio de paz – sin embargo al transcurrir el tiempo descubrí que en Colombia no ha habido paz, nadie ha conocido la paz y comprendí que la paz no llega con la firma de un tratado o un acuerdo, porque la reconciliación no es entre los distintos grupos armados, la verdadera reconciliación es con el pueblo, el campesino, el indígena, el afrodescendiente, la juventud y la vejez, las víctimas, la tierra, el campo… quienes en verdad han sufrido el rigor del conflicto.

Finalizando ya el bachillerato fui testigo de la crudeza de la guerra, los paras comenzaron a reclutar jóvenes en los barrios de la zona, compañeros del parque del barrio – ubicado en la periferia de Bogotá – resultaron listados en las filas de estos grupos, obligados a salir de la ciudad para cargar un fusil en nombre de las AUC, los que definitivamente decidieron quedarse junto a sus familias, tiempo después cayeron en las calles y las esquinas, todo el mundo sabía por qué.

Entré luego a la universidad a estudiar ingeniería, porque veo en ella un gran potencial para las transformaciones sociales que requiere Colombia, una ingeniería al servicio del pueblo. Los números, la física y los laboratorios de materiales… etcétera, aun en medio de este entorno, en mi cabeza resonaba el conflicto y la crudeza, la sangre derramada, la vida humana desperdiciada en los campos del macondo de García Márquez. Indagando en noticias, artículos, documentales, testimonios, libros, cifras y demás descubrí la gran dimensión y el horror de la actual condición de un país bañado en sangre y lágrimas. Más de 5 millones de desplazados, más de 200 mil víctimas civiles, alrededor de mil masacres, – tal vez más, tal vez menos – etcétera. Miles de datos que muestran en el papel lo vil del conflicto, leer este montón de cifras es pavoroso pero imagínese usted las terribles consecuencias sociales, políticas, socio-culturales, emocionales, materiales y ambientales para el conjunto de los colombianos.

Si usted se reconoce como colombiano, pero no reconoce el conflicto social, político y armado, está usted incurriendo en un error y se ha convertido en un “colombiano fachada” que solo se dice colombiano cuando porta la camiseta de la selección y cuando tramita la VISA para la realización de su “sueño americano” o “europeo”; si cree que el asunto de los desplazados, de las víctimas y el conflicto en general no le corresponde a usted, piense que “Colombia está como está” por aquellas personas que promulgan y promueven: “el conflicto no es conmigo”… posiblemente aquellas personas no han sido víctimas directas del conflicto pero en parte han sido victimarios al promover la indiferencia.

Somos habitantes de un país en su mayoría agrario, de trabajo agrícola y tradiciones “de la tierrita”, somos y tenemos raíces campesinas. La ciudad y el campo dependen directamente de la labor que realizan aquellos campesinos – persona que trabaja la tierra sin distinción de etnia, cultura o tradición – de ruana y sombrero, machete y azadón, que han labrado y cultivado las tierras, por las que en remotos tiempo fluía entre riachuelos el líquido vital de la vida y por los que hoy no fluye nada más que la sangre de paisanos muertos y los desechos del petróleo. Las tradiciones de mi familia, mis abuelos y abuelas, las tradiciones de sus abuelos, sus padres, tíos, primos, hermanos, vecinos, descienden directamente de las manos campesinas forjadoras de las tierras, cultivadores de la papa, el café y el maíz, labradores de la madre tierra con el único objetivo de sembrar la vida.

Y ahí están los campesinos el objetivo directo del “desarrollo económico”, de las elites empresariales y con ellas del paramilitarismo, precisamente porque el campo en general y el campesino en particular, se resisten a ser utilizados como un brazo productor de plusvalía para el capitalismo salvaje que incursiona Colombia, se resisten a ser borrados de la vida nacional, se resisten a ser alienados por una cadena de explotación, a regar semillas patentadas por Monsanto y otras multinacionales, se resiste a ser mano de obra de la agroindustria, a ser un objeto de goce del mercado, se resisten a vender sus productos a precios pormenorizados, el campesino es una objeción a la economía de mercado. Razones – entre muchas otras – por las que el campesinado entero salió a protestar contra las políticas neoliberales del gobierno Santos y sus locomotoras de “desarrollo” y de no dar solución a sus sentidas problemáticas ellos volverán a las calles, y con ellos la mayoría de los colombianos inconformes de esa mermelada amarga.

Tuve la oportunidad de escuchar una canción compuesta e interpretada por un campesino – Orlando Ospino – quien fue desplazado de la hacienda de ´las pavas´ (municipio el peñón, departamento del Bolívar) por grupos paramilitares que quisieron adueñarse de estas tierras para legalizarlas por medio del testa-ferrato y terminar produciendo palma africana. “Historia de mi vida” reza en sus versos:

“Campesino Bonarense[i], tu qué quieres trabajar
Tienes que tener primero, la tierra pa´ cultivar
Lo digo es por experiencia que tengo una edad avanzada
Me sacaron de las pavas, tierra donde cultivaba.

Sembraba maíz y yuca, patilla y ajonjolí
Estos eran los cultivos, de que yo podía vivir
Pobrecita de mi vida, yo no tengo que comer
No tengo pa´ la panela y me hace falta el café.

Me arrancaron el mafufo, el cacao también la ahuyama
Todo esto lo destruyeron, pa´ sembra´ palma africana,
El tiempo que cultivaba me sentía muy contento
La comida me sobraba y también el bastimento

Pobrecita de mi vida yo no tengo que comer
No tengo pa´ la panela y me hace falta el café
Mis hijos también se fueron, no había donde trabaja´
Uno se fue pal Arauca, los otros pa´ Bogotá
Como allá el sueldo es muy poco, a mí no me mandan na´

Mi esposa se quiere ir y eso a mí me desespera
Le digo que hay que esperar, que nos devuelvan la tierra
Pobrecita de mi vida yo no tengo que comer
No tengo pa´ la panela y me hace falta el café.

Yo duermo es en un cambuche, de tres tablas que saqué
Con mi compañero Pedro, un hombre de mucha fé
Pobrecita de mi vida, yo no tengo que comer
No tengo pa´ la panela y me hace falta el café…”

Con que sentimiento canta a sus tradiciones, sus productos, su historia, su ser, su tierra… ahora me doy cuenta que los grupos económicos dominantes en Colombia y la voraz industria transnacional lo que quieren es arrancar al campesino de sus tierras, tal como el campesino arranca el fruto de sus cultivos. El verdadero objetivo de quienes desplazan es arrancar y desterrar el sabor y la vida de la tierra, para esterilizarla con proyectos que se traducen en dinero y ganancias: Así, pues, la plusvalía del capitalismo son muertes y desdichas  de hombres acumuladas.

La crudeza con que los paramilitares incursionan el país – ¡sí! Incursionan, el verbo en presente, porque el “Mano firme, corazón grande” no los desmovilizo sino que los legalizo y potencializo desde sus múltiples cargos públicos, pero en especial desde la gobernación de Antioquia, desde la presidencia y pronto desde el senado – no tiene igual en el mundo, porque son capaces de imponer con la palabra y con las balas los antojos de unos pocos quienes los financian; frases como: “firma usted o negociamos con la viuda” se generalizaron en los oídos campesinos en las últimas décadas así como se generalizaron millares de masacres perpetradas por paramilitares como la del salado, Remedios, Segovia, Gabarra, Tibú, Mapiripán, Puerto Alvira… entre muchas otras ¡COMO DUELES COLOMBIA! Cuando un campesino es desplazado de sus tierras de inmediato le arrebatan su identidad, porque los campesinos lo son en sus tierras, en las urbes son “anónimos”.

Juventud Comunista Colombiana – Universidad Nacional de Colombia
Centro 4 de Octubre – Facultades Ingeniería y Ciencias
jucoings@gmail.com




[i] Bonarense: gentilicio utilizado para reconocer los campesinos del corregimiento de Buenos Aires en el departamento de Bolívar

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